“Me llaman inmigrante para insultarme, como si querer sobrevivir fuera un insulto…”

Las migrantes hablan

La pregunta debería ser dirigida específicamente a las autoridades de Tamaulipas, pero es conveniente hacerla en general:

¿Ha visitado la ciudad de Monterrey en el transcurso de los dos meses más cercanos?

Si lo ha hecho y conduce usted o es pasajero en las avenidas de mayor tráfico, en los puntos en donde funciona un semáforo, en un crucero donde tenga que esperar o moverse en forma lenta, habrá notado un gran número de personas de aspecto no usual en esa urbe, que se acercan a pedir una dádiva con un gesto muy evidente que indica que lo que les den es para poder comer.

No son los indigentes que suelen aparecer en esos lugares, hay gente joven y madura, mujeres de edades diversas y hasta niños. Por su acento queda claro que proceden de otras latitudes.

Se trata de migrantes, personas que no era común ver en Monterrey y que hoy aparecen por centenares en vialidades, calles del primer cuadro y parques públicos.

Habrá quienes piensen que no tiene nada de raro dada la cantidad de ellos y ellas que usan a México como puente para llegar a Estados Unidos, pero hay una notable diferencia. Hablamos de Monterrey, bastante alejado de la frontera que tratan de alcanzar los miles procedentes de Centroamérica o el norte de Sudamérica. ¿Por qué están allí?

La respuesta parece evidente: La marea humana rebasó a las poblaciones del norte y empieza a permear a ciudades que en nada les ayudan en el objetivo de ingresar a la tierra del Tío Sam. Pero allí están.

Exponer lo anterior tiene justificación: En Tamaulipas tenemos la idea de que los migrantes son un problema social y económico sólo de la frontera. Nos es familiar saber que desde Nuevo Laredo hasta Matamoros las poblaciones en los límites con Estados Unidos padecen una cauda de dificultades para atender a esa población, pero que allí permanecerán. Es una idea equivocada y Monterrey nos está dando una lección anticipada de lo que debemos preparar en nuestro Estado, cuando estamos viendo cortar la barba de nuestros vecinos.

¿Cuánto tiempo calcula usted que tardarán Ciudad Victoria, Mante, Tampico y en general el sur del Estado en ser también depósitos de esos migrantes?

No es fatalismo, No creo que falte mucho.

Las consecuencias de deportaciones masivas que se anticipan en la segunda era Trump arrojan un panorama nada tranquilizador. El próximo año es cssi seguro que tendremos a hondureños, nicaragüenses, salvadoreños, venezolanos, caribeños y hasta africanos en las calles y jardines de Victoria y en las de Tampico y zona conurbada. Posiblemente en las puertas de las propias casas.

No aventuro una catástrofe ni mucho menos, pero sí un problema de dimensiones alarmantes por una razón: Nadie o casi nadie está previendo qué hacer en este escenario.

Las autoridades siguen en la maraña mental de pensar que todos seguirán en la frontera, cuando allá no resisten más. Están saturados e imposibilitados de atender los reclamos de salud, vivienda y alimentación de miles y miles que no trabajan, sino sólo sobreviven. Es una carga económica y de servicios que está reventando o por lo menos lacerando a los gobiernos municipales.

Veo al Instituto de Migración del Estado enfocado en las ciudades fronterizas, lo cual está bien, pero no veo a nadie –o por lo menos no es visible– adelantándose a ese futuro que más temprano que tarde nos va a alcanzar.

Difícilmente podremos evitar que nos afecte esa problemática, pero será mucho más complicado enfrentarla cuando ya la tengamos encima y sin maldita la idea de qué hacer para reducir sus efectos negativos.

Ahí se los dejo de tarea…

X: @LABERINTOS_HOY