Y caminé descalzo por las mismas calles del ayer, llevando en mi ser como peso, nostalgia y tristeza, y extrañados mis cansados pies, no pisaron las mismas piedras filosas, ni las grietas rugosas, con las que un día tropecé, y al caer sobre mis endebles rodillas, la sangre brotó para lavar la evidencia de mi temprana torpeza, o quizá, de la franca inocencia de un niño, que en aquel entonces fue feliz, que por hábito involuntario coleccionaba cicatrices con mucha destreza, de los pies a la cabeza. Y mis ojos nublados, buscaron ansiosos el consuelo de los seres amados, de las casas alegres que llenaban mi vida, porque estaban vivas, porque vivas lucían, y hoy se encuentran desiertas y frías.
Abran ventanas y puertas, que salgan las voces queridas de tantas personas amadas, que daban calor y alegría, que sanaban las tiernas heridas, causadas por los juegos de niños.
Abran ventanas y puertas, que salgan las almas queridas, que aún están escondidas en los cuartos de abajo, en los cuartos de arriba, que abracen, que besen, que digan las nobles palabras que inspiran, que iluminen con su luz el corazón, con tan buena energía, para que el espíritu rebose de paz y alegría.
Y caminé sobre mis pasos por aquel maravilloso espacio, en el tiempo que yo merecía, y mi llanto no fue en vano, lavó las paredes que me dieron cabida, y mi risa, sin prisa, pintó de pálido blanco los muros, para aquellos oscuros y silenciosos cuartos, que ayer iluminaran mi vida.

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