El tema cobró mucha relevancia luego del trabajo fundamental de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI (FCE, 2013), sin perjuicio de que se trata de una cuestión medular de la Economía Política que, entre David Ricardo (Inglaterra, 1772) y Carlos Marx (Alemania, 1818), encontró su máximo desarrolló teórico durante el ciclo inicial de la escuela clásica, que va de Adam Smith (Escocia, 1723) a Marx precisamente. Fue David Ricardo quién afirmó: ‘el principal objetivo de la economía política es estudiar la distribución entre los propietarios de tierras, los dueños del capital y los trabajadores’. Es casi una obviedad inferir que, en el momento de realizar el análisis de la distribución en cuestión, la desigualdad entre unos y otros se haría evidente de una forma literalmente escandalosa.
Para Smith, entonces, la clave del hecho económico estaba en el trabajo; para Ricardo estaba en la distribución en el sentido dicho (y por ende en la desigualdad); y para Marx estaría en la explotación.
¿Pero cuál es entonces el problema fundamental detrás de la desigualdad?; ¿cuánta desigualdad es capaz de soportar una sociedad?; ¿es inevitable la desigualdad?; y si no lo es, ¿cuál es la ruta, modelo económico o conjunto de políticas públicas más adecuadas para abatirla a la altura del primer cuarto del siglo XXI?; y más importante aún: ¿es posible derribar las resistencias estructurales, y por tanto políticas, de la desigualdad?
En las últimas semanas, hemos organizado dos interesantes mesas de diálogo alrededor de este tema tan añejo de la economía desde la perspectiva de México, con los que hemos puesto en marcha el Seminario de Economía y Políticas Públicas del Espacio Cultural San Lázaro. Se trata de los libros “No es normal”, de Viri Ríos (Grijalbo, 2021), y “Desigualdades”, de Raymundo M. Campos Vázquez (Grano de Sal, 2022), paisano nuestro éste último, por cierto, originario de ciudad Victoria, cuya trayectoria abordaré en mi próxima colaboración.
Viri Ríos tituló así su libro porque lo que hace es explicar la anormalidad o anomalía de México, o más bien de la economía mexicana, en los términos del contraste que se evidencia al comparar el nivel de acumulación de riqueza en unas cuantas manos con la pobreza que la rodea sobre el fondo de la economía número quince a nivel mundial; es decir, que lo que “no es normal” es que, siendo una economía con una densidad y un potencial de crecimiento tan grande, con un mercado tan extenso, y una diversidad de riquezas y recursos naturales y humanos tan importante (uno de los trabajadores más dedicados del mundo es el trabajador mexicano, según datos de la OECD los trabajadores mexicanos trabajan más horas en promedio que los trabajadores del resto de los países de dicha organización), la de México es una sociedad altamente desigual (de hecho es de las más desiguales del mundo), pero no por una pobreza endémica y estructural, sino porque todo está hecho para que los ricos y los muy ricos se lo queden todo: las posibilidades de crédito, las oportunidades de inversión, los beneficios en términos de plusvalía de la producción económica en su conjunto, todo; siendo así que ya ni siquiera se trata de que la pobreza tenga rostro de empleado, subempleado o desempleado, sino que la tiene de pequeño empresario o comerciante, es decir, de la de miles de “empresarios precarios” que ni siquiera ganan lo suficiente para llegar a la quincena.
Para explicar esa anomalía, Ríos organiza su libro en cinco argumentos que propician la anormal desigualdad mexicana: Competencia (‘México es un paraíso para los ultrarricos y un infierno para los empresarios pequeños’); Trabajo (por ‘la falta de organización del trabajador y la pésima idea de convertir a México en el exportador de obra barata’); Sistema fiscal (‘la recolección de impuestos en México crea desigualdad, pues permite que los ultrarricos paguen menos de lo que les toca’); Gobierno (‘el Estado mexicano gobierna anormalmente bien para los más ricos y anormalmente mal para los más pobres’) y Otras desigualdades (‘México es un país inusualmente duro para quienes son mujeres o personas de tonos de piel más oscuros’).
Este último criterio, el de las desigualdades en plural, es el que conecta de alguna manera el análisis de Ríos con el de Raymundo Campos, que se pregunta en su libro “Desigualdades” sobre la pertinencia de seguir hablando solamente de desigualdad en singular y no más bien de diversidad de desigualdades: ‘en este país, nos dice, la movilidad social depende sobre todo de la región y la familia en las que se nace, así como el género y el aspecto físico. Mientras las oportunidades no se distribuyan por igual, no podremos elegir libremente qué persona queremos ser. Los insumos con los que nos enfrentamos a la vida determinan, en buena medida, el campo en el que jugamos. Por eso el Estado desempeña un papel primordial para asegurar que el acceso y la calidad de esos insumos sea igual para todas y todos, sin importar dónde nacemos, dónde vivimos o cuál es nuestra elección de género’.
Y es que para Campos, en cuya obra se observa también la influencia de Piketty, se trata de un problema ahora sí endémico y estructural, podríamos decir, que se remonta a la conquista, y que hoy supone un desafío de seriedad superlativa que compromete a la seguridad nacional y no nada más al desarrollo económico, para la fundamentación de lo cual organiza su trabajo en nueve capítulos en los que analiza la relevancia de los estudios sobre la desigualdad (1); la explica históricamente (2); la aborda desde la perspectiva regional (3); y luego desde la de género (4), la racial y la de complexión física (5); para pasar luego a comentar las consecuencias de todo esto en términos de la calidad de vida (6) y desde la óptica del criterio de movilidad social (7), además de explicar por qué se siguen reproduciendo las desigualdades (8), para terminar con una propuesta de diferentes medidas de política pública para disminuir las desigualdades en México.
Fueron mesas de diálogo sumamente interesantes, en las que contamos con la participación de diversidad de diputados de varios partidos políticos, así como de comentaristas especializados en el tema provenientes de la academia y de la sociedad civil.
Ambos autores son fruto del esfuerzo, y son ejemplo de lo que se puede hacer cuando tal esfuerzo y talento individuales encuentran los cauces institucionales que lo canalicen y potencien para llegar hasta los más altos niveles de éxito y desempeño profesional. Viri Ríos es egresada del ITAM y de Harvard, donde actualmente es profesora visitante, habiendo logrado pasar por ambas instituciones gracias a la obtención de múltiples becas. Raymundo M. Campos es egresado del ITESM Campus Monterrey, de El Colegio de México, donde actualmente es profesor-investigador en el Centro de Estudios Económicos, y de la Universidad de California en Berkeley, donde se doctoró en Economía.
Fue un placer haberlos tenido en la Cámara de Diputados, y haber arrancado las actividades de nuestro seminario en Economía y Políticas Públicas en el que seguramente seguiremos contando con su valiosa contribución intelectual, así como la de otras mentes brillantes que próximamente abordarán la problemática social, política y económica de nuestro país.
* La autora es Secretaria general de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión