La Autora es  Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión

 

Hay una película de Spielberg que siempre me impresionó mucho: Múnich (2005). Y si lo hizo fue porque aborda acontecimientos que de alguna manera definieron los perfiles internacionales de mi generación –nacida en la década de los setenta del siglo pasado–, particularmente en lo relativo a los inicios de atentados terroristas vinculados con el conflicto israelí-palestino, y que desembocarían treinta años después más o menos en el que sin duda es el punto de inflexión de nuestra época: los ataques terroristas del World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, en el que quedaría expuesta en primer plano la variable del radicalismo islámico como elemento histórico definitorio de la geopolítica mundial contemporánea.

La historia de Múnich trata sobre la operación encubierta (conocida como Operación Cólera de Dios u Operación Bayoneta) que el gobierno de Israel, a través del Mossad, activa luego de la masacre de los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972, en donde un comando de la OLP de Yasir Arafat, autodenominado Septiembre Negro, secuestra y ejecuta brutalmente a once miembros del equipo olímpico israelí, sacudiendo al mundo entero por lo acontecido no habiendo hasta entonces demasiados antecedentes de semejante tipo de acciones. Hay una foto que luego se hizo famosa, y que simbolizaba de algún modo la sorpresa aterradora de aquellos días, en la que un hombre con el rostro cubierto con un pasamontañas se asoma al balcón de la residencia de la delegación israelita para observar lo que sucedía en esas horas de tensión y agonía. El objetivo de la operación del Mossad era eliminar sistemática y puntualmente a cada uno de los miembros del comando Septiembre Negro, siguiéndoles la huella alrededor de Europa.

Los palestinos, a su vez, llamaron a sus acciones Operación Ikrit y Biraam, y formaba parte, como se sabe, de la guerra entre Israel y los movimientos y gobiernos árabes en apoyo a Palestina que, a partir de la creación del Estado de Israel en 1948, se replegaron en contra-ofensiva con el reclamo de la legitimidad palestina de los territorios otorgados a Israel. Desde entonces, se puede decir que no hay acontecimiento de relevancia internacional en Oriente Medio que no esté vinculado a esa disputa histórica tan compleja, longeva y dramática.

En todo caso, y al margen de la complejidad histórica del conflicto árabe-israelí, hay un personaje de la película (y obviamente de la historia real) que me produjo gran fascinación desde entonces: Golda Meir, que en esos momentos ocupaba el cargo de Primera Ministra de Israel (lo fue de 1969 a 1974). La fascinación provino del hecho de haber visto la templanza y la firmeza con la que se condujo en esa situación tan complicada: una encrucijada de alta política para el sorteo de la cual se requiere tener el carácter de un estadista, caracterizado por la presencia de una concepción trágica y severa de la historia y del Estado.

En este caso concreto, la severidad trágica de Golda Meir se manifiesta en la determinación que tuvo para mantenerse firme en la convicción de aprobar la puesta en marcha de la Operación Cólera de Dios, lo que habría de suponer una respuesta de similar dureza en cuanto a derramamiento de sangre pero que la razón de Estado y la razón histórica obligaba a respaldar ante una situación de guerra prolongada. En la película y en la historia real su personaje fue, evidentemente, definitorio.

Golda Meir nació en Kiev en 1898 en lo que todavía era el imperio ruso, y murió en Jerusalén en 1978. Fue la primera mujer en Israel, y la tercera en el mundo, en haber llegado al máximo cargo de responsabilidad política de un estado nacional. Por su carácter duro y su firmeza de convicciones fue apodada como “Dama de Hierro”, calificativo que luego fuera usado también para referirse a Margaret Thatcher o a la propia Ángela Merkel. Hay algunas feministas que han criticado este calificativo, atribuyéndole prejuicios de género dado que no se espera que una mujer sea de carácter duro y firme, pero, desde mi perspectiva, el temple no conoce géneros, y ser llamada “Dama de Hierro” es para mí un elogio y no un agravio machista.

Antes de haber sido primera ministra, y volviendo a lo nuestro, Meir fue embajadora de Israel ante la Unión Soviética, ministra de Trabajo, ministra de Interior y de Relaciones Exteriores. De origen muy humilde, emigró a EEUU con su familia a principios del siglo XX, y fue ahí donde mediante el esfuerzo y el estudio pudo formarse un criterio histórico, intelectual y político, con convicciones socialistas, nacionalistas y feministas. Junto con Thatcher, Merkel, Indira Gandhi y Benazir Bhutto, Golda Meir es considerada como una de las estadistas más importantes del siglo XX, y un ejemplo indiscutible, para hombres y mujeres por igual, de tenacidad, firmeza y determinación como virtudes fundamentales para quienes tienen interés en intervenir con decoro y ejemplaridad en la política de sus respectivas naciones.

 

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