Si tan sólo pudieras sentirlo, cuando llega como la suave caricia del viento querido, que libre corre por el espacio infinito, sacudiendo tristezas, alentando la vida y sanando las más dolorosas heridas, liberando el amor cautivo con su Espíritu Santo.

Si pudieras verlo después de negarlo, cerrando con toda humildad tus incrédulos ojos, dejando atrás el pesado despojo de tu ser arrepentido cargado de enojo, que te tenía más que cegado.

Y si estando callado, alejado del ruido de tanta maldad, de tantas intrigas y tantas mentiras; si escucharlo pudieras sin pretextar argumentos perdidos en el vano sentimiento de la orfandad. Y si lo dejaras hablar sin oponerte al diálogo que te obsequia, y si todo el milagro ocurriera entre el amor de los dos su justa medida, yo te aseguro hermano, que nada estaría perdido.

Si al menos le dieras cabida en tu infiel pensamiento, que se la pasa siempre ocupado, sufriendo por los constantes tropiezos. Y si haces de tu corazón su habitación preferida y se queda contigo. Yo te aseguro, hermano, que no habría ser humano más feliz en la vida.

Y si despierta contigo, después de arroparte cuando te quedas dormido, y al levantarte, abre tus ojos, para mostrarte, con gran alegría, el tibio calor del nuevo día.

Si tan sólo pudieras sentirlo, no dudarías de que siempre ha estado contigo y que antes de ir tú a buscarlo, Él acude a tu encuentro, como el buen Padre que ama a su hijo.

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