María mi nieta de 8 años, mi María de mis tormentos, estaba a mi lado y parecía estar distraída, pero la verdad, es que reaccionaba discretamente a todo estímulo del entorno, así fuera un tono de voz alto, que pudiera denotar enojo o un parpadeo de resignación, de esos que se dan cuando existe un sentimiento de impotencia ante la falta de una buena comunicación familiar; de pronto la invadió un sentimiento de tristeza y me abrazó, mi cuerpo percibió un leve temblor, como si el miedo la asaltara, entonces la abrace con ternura, y ella por un momento, se sintió segura; me preguntó si después de comer iba a hacer el enfoque, le contesté: Me conoces bien. Quisiera escribir contigo, me dijo. Yo me sentí feliz de que lo hicieras. Una vez en el taller literario, ella tomó una hoja de papel blanca como su pureza, y yo encendí el monitor y la computadora, e inicié la redacción de mi enfoque:
Si me preguntaras qué me pasa, me sentiría muy feliz, pues pensaría que has logrado vencer por un instante ese aferrado hábito de ver la vida sólo a tu manera.
Si me preguntaras qué me pasa, te diría, que no habría necesidad de preguntar sobre el particular, pues conocieras de mí lo que en verdad soy y he significado en tu vida.
Sí, lo sé, para ti ha sido tan complicado entender que debajo de la superficialidad de las rutinas, existe una verdad que no quieres entender, porque mientras tú sigues al pie de la letra las pautas del libro que te guía, yo espero más que eso y me niego a conformarme con sólo ser una cita de tu consabida narrativa.
Si me pidieras que callara, como siempre suele suceder, porque el preguntar sobre nuestro mutuo lamentable acontecer, todo termina en un reniego de inconformidad, para acentuar tu legítimo derecho a disentir sobre todo lo que yo te expreso, con el deseo de hacer sentir a mi alma un poco consentida.
Si me hablaras con las dulces palabras del ayer, y me vieras con los ojos de mujer amada, mantendría siempre encendida la luz de mi morada, para que la esperanza no pueda desaparecer, entonces, yo recuperaría de inmediato la confianza, al sentir que más allá de ser una más de las rutinas que aseguran todos debemos de seguir para estar acorde a la vida que siento en ocasiones que no es la mía.
Si me preguntaras, sin tener yo que responder, para no ser motivo del eterno padecer, de sentirme culpable del inevitable disgusto que les causa, el saber que mi lucha es por defender la unidad que por Dios fue consagrada, y no por aferrarse a una verdad que nunca fue aceptada.
María leyó detenidamente el artículo, al término se me quedó mirando y me dijo: Si me preguntas abuelo, te diré lo que yo siento. Adelante, le dije y me dio su escrito al que denominó “Mi Blanca Flor “y que ahora doy a conocer:
Yo tengo en mi corazón una blanca flor, dentro de ella, hay diez pétalos, cada uno simboliza mis grandes y maravillosas reliquias; el primer pétalo y más valioso, representa la vida que me ha dado el Señor, que es mi maestro, el que me guía; el segundo, representa a mi familia, hay un integrante que me inspiró a escribir, es mi abuelo, el hace enfoques de la vida y siempre me incluye; el tercero de los pétalos, simboliza a mis amigos y mis primos que son muy graciosos; el cuarto, son todas las criaturas hermosas que he conocido; el quinto, representa mi escuela, a la que agradezco por enseñarme todo; el sexto, representa a mi Psicóloga, que me ha enseñado a controlarme y a ser prudente; el séptimo, es el valor de la fidelidad que les guardo a las personas; el octavo, representa a todas esas personas que me estiman; el noveno, es mi mejor amiga, que siempre está ahí para consolarme; y el décimo todo lo que dije antes, y por eso, es lo más importante del mundo para mí.
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