Y habiendo caminado un buen rato bajo la candente influencia de los rayos solares de la tarde, mi cuerpo me pedía descansar y por supuesto tomar agua pero, a pocos metros pude divisar un tupido conjunto de carrizos, lo que me hizo pensar en la posibilidad de que estos se encontraran  cercanos a un ojo de agua; me acerqué y así fue, entre los carrizos se encontraba un riachuelo que tranquilamente pasaba desapercibido en aquel extenso paraje un tanto alejado de la civilización, metiéndome entre las cañas de carrizo logré situarme a la orilla de esa afluente de agua tan cristalina y fresca que se antojaba, me arrodillé sobre un pequeño banco de arena, extendí mis brazos  y haciendo un pequeño cuenco con mis manos, sustraje el vital líquido, mas, antes de tomarlo, preferí refrescar mi cara, mi cabeza, incluyendo la nuca, todo aquello me hacía sentir tan bien, pues era como ser acariciado por las manos de un ángel, pero ¿cuándo tuve yo la gracia de ser acariciado por un ángel? ¿Por qué describía aquella grata sensación, comparándola con la caricia de un ser celestial? Tal vez el hecho de estar a punto de la insolación me hacía pensar tales cosas, que no disparates, porque el hecho de  ser acariciado por un ángel, pudiese ser un recuerdo que quedó grabado en mi subconsciente; lo cierto fue que la evocación comparativa surgió de manera espontánea, como si ya estuviera ahí esperando por un enlace para salir a la luz, como hayan sido las cosas, era tanta mi sed que decidí tomar aquella agua, después, sin remordimiento me tendí en la playa de arena y me puse a observar el vaivén de los carrizos movidos por el viento, y como si fuera una especie de sedante me fui quedando dormido, y una vez alcanzada la profundidad requerida, empecé a soñar, me vi de pie frente a un jardín entristecido por la sequía y los rayos fulminantes del sol, entonces recordé que me encontraba  tan cerca del aquel maravilloso venero, que no dudé en ningún momento, realizar la maniobra antes descrita para lavar mi cara y cabeza, pero ahora el balde formado por las manos, era para llevar agua a las plantas entristecidas de aquel jardín olvidado, y al recibir éstas las primeras gotas sobre sus hojas y resbalar sobre sus delicados tallos para alimentar la tierra donde se encontraban las raíces, en cuestión de minutos ocurrió el milagro, radiantes las plantas agradecían aquella caricia como si viniera de las manos de un ángel; entonces mis estimados lectores, no olvidemos que para sentirnos bien, debemos desear ser acariciados por las manos de un ángel y aunque parezca irreal, los ángeles, siempre están tan cerca de nosotros, animándonos a no renunciar a la amorosa oportunidad de tener una fe tan grande que pueda mover nuestra voluntad hacia lo que más deseamos, para sentirnos bien y de esa manera estar mejor.

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