Qué pesada resulta en ocasiones, la cruz que llevamos al hombro, sobre todo, si la hemos cargado desde que fuimos niños, pues sin darnos cuenta, el peso de la cruz va creciendo con el paso de los años y nuestras fuerzas para cargarla ya no son suficientes, porque hemos ido clavando en ella los clavos de las penas que no hemos podido dejar en el olvido.

Cuánto peso y cuánto dolor vamos cargando por la vida, por no detenernos en el camino a descansar del rígido escrutinio que hacemos de nosotros mismos, al no perdonarnos por fallar como padres o fallar como hijos, aceptando con nuestra deprimente actitud, que antes de luchar, preferimos claudicar, renunciando a toda posibilidad de poder cambiar lo que consideramos que contribuyó a oscurecer nuestro destino.

Y yo que estoy aquí, siguiendo tus titubeantes y cansados pasos, tratando de alcanzarte para alivianar la carga mental y su dañino efecto emocional, que te acompaña desde cuando fuiste niña, por el imaginario derrotero de tu árido camino, que mortifica hoy tanto al cuerpo, como al alma, anhelando en esta realidad, que tu espíritu divino voltee hacia atrás para encontrarse con el mío.

Se me olvidó decirte que te amo en tus muchas tristezas y en tus pocas alegrías, pensé equivocadamente que eras tan fuerte y persistente, cuando te vi tan decidida, con los logros que indicaban que ibas avanzando, se me olvidó que el cariño y la ternura eran necesarios, para mantener de pie tu frágil estructura, que hoy se dobla como espiga, cuando el fuerte viento precede a la tormenta y quiere arrancar de raíz el amor que te anima y te alimenta.

Se me olvidó decirte mi niña consentida, a ti que siempre eres, y serás en mi corazón la primera, que fuiste la bendita madera con la que forjé la cruz que hoy cargo con las fuerzas que me quedan, para gritar al cielo que te amo.

Dedicado a Katy, mi primogénita, mi pequeña grande hija.

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