Con la pesada carga que le hunde sin remedio, por la fama de partido que sabía gobernar, el PRI rompe candados y abre posibilidades a simpatizantes que sumen votos en una elección en la se plantea posibilidades de triunfo con poco más de un tercio del total de votos emitidos. Todos los partidos políticos se ocupan en la tarea de sumar aliados para fortalecer posiciones. Lo anterior exigiría alta participación ciudadana en las urnas, sin embargo el desgaste de los partidos que han estado en el poder con malos resultados y pésimas cuentas públicas se refleja en indolencia electoral.

El nivel de interés ciudadano en la competencia política-electoral es hacia la baja. Partidos políticos que no convencen; ciudadanos que decepcionados de la política y de sus actores dejan de emitir su voto o lo anulan dando como resultado una votación cada vez menor como reflejo del negocio en que se han convertido de abierta y cínica los partidos políticos.

En los regímenes democráticos de respeto, gana quien obtiene el mayor número de votos, aunque sólo sea por la mínima diferencia de un voto. Esto, que es una verdad universal en un sistema democrático, en México es imposible de aceptar y se responsabiliza al fraude cometido por los rivales lo que se traduce en contar con enormes aparatos de burocracia y legalidad para dar respuesta, la que también es insatisfactoria por no aceptarse, a cuestionamientos, impugnaciones, denuncias y quejas que plantean dudas sobre la veracidad de los resultados y la imparcialidad de las autoridades electorales.

En México no hay quien acepte su derrota electoral, todos los contendientes son ganadores, y en el caso de que alguien acepte que perdió, de inmediato se enciende el foco rojo de la desconfianza y se le señala como “vendido”.

La época de triunfos arrolladores y convincentes inició su debacle en la contienda Cuauhtémoc Cárdenas-Salinas de Gortari y se ratificó con la elección presidencial en 2000. Vicente Fox (42.5%) ganó con 6 puntos al priista, Francisco Labastida (36.11%) En la elección presidencial anterior, Ernesto Zedillo (48.69%) del PRI, superó por el doble de votos al panista, Fernández de Cevallos (25.92%)

En 2006, PAN y PRD, con Felipe Calderón (35.91%) y López Obrador (35.29%), tuvieron un final de fotografía desplazando al candidato priista a un lejano tercer lugar. La elección 2012 fue una disputa entre dos. El PRI y el PRD. El priista Peña Nieto (38.20%), derrotó a López Obrador (31.57%), por siete puntos. En tercer lugar, la panista Josefina Vázquez Mota (25.68%)

En 2018, por primera vez puede darse una cerrada competencia entre tres fuerzas fortalecidas por alianzas para disputar el tercio que permita ganar. El índice de participación electoral ha ido decreciendo desde 1994, que fue de 77.16%; en el 2000, se redujo a 63.97%, y en 2006, a 58.55%. En 2012, se elevó a 63.14%; sin embargo, se predice en 2018 menos del 505 de votación.

La posibilidad, de un triunfo con 35% o menos de los votos emitidos genera duda e inquietud acerca de la legitimidad de quien lo obtenga, al considerar que con una participación ciudadana en las urnas que plantea el Instituto Nacional Electoral de 64% de la lista nominal (86 millones de electores), el candidato ganador estaría apoyado por 19 millones de ciudadanos, de un universo de 86 millones de electores, significa que gobernaría un país cuyo 77% de la población no votó a su favor lo que le resta legitimidad, credibilidad y volvería aún más difícil la estabilidad social, política y e económica de México.

Los inversores nacionales y extranjeros harían emigrar sus capitales golondrinos a países con mayor estabilidad. Estos capitales golondrinos representan 50 mil millones de dólares que se invierten en diversos instrumentos cobrables a corto plazo y que dejarían sin reserva de dólares al país y provocaría una devaluación del peso ante el dólar de 30 a 40% con la consecuente inflación y por lo tanto mayor pobreza en el país y en el Estado Mexicano que para adquirir productos y pago de deuda externa necesitará más pesos por cada dólar a cubrir.