El espectáculo es denigrante para sus protagonistas.
Usted debe haberlo notado. En las semanas cercanas, tras el derrumbe de ese clon del mitológico monstruo de mil cabezas llamado Hidra de Lerna, al Partido Revolucionario Institucional le han sobrado críticos virulentos, jueces de horca y cuchillo y hasta verdugos que se refocilan en hacer astillas hasta la última rama de ese árbol caído.
Se dan golpes de pecho, acusan, denuncian, culpan, satanizan, marcan errores y llaman a un cambio radical en estructuras y en la cúpula de ese instituto político.
Reaparecen en el candelero nombres como Francisco Labastida, ex Gobernador, ex Secretario de Gobernación y ex candidato a la Presidencia de México, entre otras lindezas. O como César Augusto Santiago, ex diputado federal, ex Cónsul, ex Subsecretario de Gobernación y ex Director General Adjunto de Pemex, también sólo como una parte de sus largos andares en el terreno público.
Desde luego, los dos y en todos esos cargos, dentro del PRI, dentro de su andamiaje y vamos, dentro de su generosa nómina.
Durante todos los años en que medraron a placer en ese tejido partidista, aplaudieron a rabiar y alababan en forma obscenamente cortesana al Presidente en turno de origen priísta. Hacían arder sus palmas en las tribunas de curules y escaños para apoyar sus tesis y en esas tribunas defendían con ferocidad perruna las decisiones de su Partido y obvio, de su pastor nacional.
Lo mismo sucedía en los estados, entre gobernadores y paniaguados. Juraban que todo era perfecto y que quienes se oponían a la marea tricolor eran dementes o enemigos de la Patria.
Pero qué curioso.
Durante todo ese tiempo, durante esos lustros y hasta décadas, ninguno de los próceres –Labastida y Augusto sólo son una muestra– nunca se dieron cuenta de que ya caminaban hacia el precipicio. Ninguno se percató de que olvidaban sus postulados, ninguno vio siquiera señales de la gravísima corrupción que azotaba a sus abanderados. Ninguno.
¿Por qué?
La explicación es sencilla: Porque disfrutaban a placer de ese imperio, porque ejercían el poder sin límites y porque –esta es la razón fundamental– se llenaban los bolsillos y atiborraban sus cuentas bancarias con el presupuesto.
Hoy, réplicas de una frase del Poema del Mío Cid –a moro muerto gran lanzada– son ceñudos censores y prolíficas fuentes de sentencias mortales. Todo está mal porque ellos ya no son los dueños del poder. Y sobre todo porque no ven luz en el camino al no vislumbrar, sabrá el Diablo hasta cuándo, Presidente de sus colores que les haga morderse la lengua.
¡Cuánta moralina presumen a destiempo!… ¡Cuánta inédita capacidad de análisis para detectar los yerros!
Y cuánta desvergüenza…

LA VELOCIDAD DE MORENA
El PRI necesitó 70 años para que el pueblo mexicano se diera cuenta de sus errores.
El PAN por su parte, mostró más velocidad y en sólo 12 años, en dos gobiernos nacionales consecutivos, mostró su gran capacidad para también tropezar, causar tragedias y por lo tanto ser blanco de críticas y señalamientos.
Morena era hasta hace un mes, una alba paloma. Nunca ha gobernado oficialmente y no hay manera –no había– de convertirlo en negro de la feria como a tricolores y azules.
Pero en forma insólita, el Movimiento de Regeneración Nacional, como dicen en el rancho, se llevó cercas. ¡Cuánta celeridad para cometer dislates!
En unos cuantos días de ser virtual Presidente Electo, Andrés Manuel López Obrador ya concentró ataques, acusaciones y hasta burlas, por los delitos –son eso y nadie lo puede negar– cometidos no por él, sino en su nombre y de su partido con dinero que no les pertenecía. Y ni siquiera ha empezado
La verdad, ante la vitriólica y visceral respuesta del tabasqueño ante esa tormenta, me da miedo imaginar lo que va a pasar cuando caigan en más torpezas o se descubran otros ilícitos, cuando ya estén en el poder.
Como decía el cronista futbolero Angel Fernández, cuando un cañonero se aprestaba a cobrar un tiro libre:
¡Sálvese quien pueda!…¡Niños y mujeres primero!…

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