Mientras el viento del norte se instala suavemente sobre la faz de la tierra, los que han sembrado la paz recogerán armonía, por ello, los campos lucirán  fértiles, evidenciando la generosidad del gran sembrador; y de la semilla plantada con amor, seremos testigos del milagro de la resurrección, y  emergerán incontables las pequeñas plantas de la esperanza y no le alcanzará la vista al observador para distinguir en dónde empieza y en dónde termina tal proeza, pero, al contemplar la uniformidad y la vitalidad de aquel cultivo, se podrá  comprobar, que  en todo lo que se ha creado con justicia y equidad está la mano de Dios.

Vivo soñando y sueño viviendo, caminando sobre mis pasos respetando el espacio vital de cada elemento, nada, siendo mortal, puede explicarlo, cierro los ojos y estoy despierto, despierto y estoy soñando.

Quien anhela su paz interior, anhela la paz del mundo, quien ama a su Creador ama la creación entera y obra con justicia.

Toda esta contemplación divina itinerante reafirma la fe, todos los sueños anhelantes de paz que viven en el corazón de los hombres y mujeres de buena voluntad, todas las semillas sembradas con amor germinarán para dar fruto eterno.

“El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo” (Mt 13:24).

Mientras el viento del norte pulía las incontables intensiones de esperanza, levita la esencia espiritual, animando al vehículo que lo transporta a cumplir con la misión de partir la roca para llegar al corazón del hombre.

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