Al principio todo era bueno, Dios me creó a su imagen y semejanza; al principio las miradas, los besos, los abrazos y demás caricias se sentían  más allá del cuerpo material, el alma se regocijaba por estar en el paraíso; al principio ella me tomaba de su mano mientras mis piernas y brazos se fortalecían, y cuando aprendí a dar mis primeros pasos, su mano, su amada extensión me tuvo que soltar para poder aprender que en la vida la única persona que pude construir el equilibro para conducirse por el camino de la verdad eres tú mismo, de ahí que nunca renuncies a ser tú mismo por mantener una seguridad temporal que dependa de otra persona; cuanto más caigas, mayor será la fuerza que adquirirás para levantarte y mayor tu destreza para mantener el equilibrio.

Al principio, Dios impulsa con aliento de vida a sus hijos en la tierra y deposita toda su confianza en el ser que asimila con mayor sensibilidad, lo que significa la fuerza vital que proporciona el amor, fuerza que reside en el corazón de las madres y que a través del contacto físico irá cediendo al corazón de los hijos, algunos en pequeñas dosis, a otros en unas dosis tan grandes, que la vida de la madre, pareciera extinguirse.

Al principio yo era bueno, como buena es toda creación de Dios, y mi bondad que era de Dios,  la había recibido de mi madre y ella me la dio a mí, para que la hiciera extensiva a mi prójimo, y yo caminé por la vida repartiendo bondad, pero en el camino suelen suceder cosas que se quieren interponer a los planes de Dios, y cuando alguien paga al bien con mal, se empieza a vulnerar la resistencia de los deseos personales de seguir siendo bueno, y cuando la voluntad sede a la defensa natural del cuerpo, para que no se vulnere la bondad que vive en el corazón, se corre el riesgo de tener actitudes que van contra la divina naturaleza que fue obsequiada por Dios, y al obrar en contra de los deseos del corazón, el cuerpo y la mente se mortifican y buscan con afán tomar de la mano al amor que emerge de aquellos que te aman de verdad, pero esos seres de luz están librando su propia batalla para salvar su alma, de ahí que recurras a la fuente original del amor, a la que dio origen a la creación, y en esa búsqueda desesperada, por el camino te encuentras con el Hijo de hombre que va cargando con la cruz de todos aquellos que, como yo, por falta de fe, se sienten tan indefensos e impotentes como para levantarse de lo que parece una caída voluntaria, justificada por la necesidad de no perder el amor que le da sentido a su vida; entonces caes junto a Jesús y extiendes tu mano, y alcanzas sólo a tocar el madero y se renueva la fuerza para levantarse, al recordar que Cristo venció a la muerte y te rescata nuevamente de la condenación, es cuando escuchas: “Levántate y resplandece, tu luz ha llegado”.

El amor que reside en tu corazón, te recordará cuantas veces sea necesario, quién eres, y la fuerza del Señor siempre te acompañará para que perseveres en la fe y continúes por el buen camino.

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