El tiempo se encarga de ir acomodándote en el espacio donde habitas, cuando niño, sueles brincar, levantar la mano, subirte a un pedestal, hacerte el gracioso o el muy educado, todo para que tu imagen no deje de brillar y en tanta oscuridad siempre te puedan encontrar; de adolescente, la opacidad amenaza con apagar la endeble flama que a los demás indica que estás presente aquí o más allá, nada está en calma, no hay paz, buscas más respuestas de las que te pueden dar; de joven, empiezas a recibir la luz del exterior, reflejo del conocimiento general o del resplandor de los que por su experiencia brillan más que tú, quisieras entonces brillar más allá de la luz que te puede llegar, te llega la luz del amor de la mujer que aseguras te hace brillar con una intensidad que suele confundir a los demás, de día, con el sol, de noche, con la luna o con la más brillante estrella que por fortuna siempre te ha de guiar. De pronto, tu luz empieza a titilar, son muchas las preocupaciones y las situaciones que te han de desgastar, de ahí que empiece a llegar a ti la oscuridad, brilla sólo tu cabeza, tus manos y tus pies, lo que te da a ganar la brillantez para cubrir tu necesidad; de viejo, tu brillo nace del interior, la fuente de luz es tu corazón que mucho se preparó con el tiempo al ahorrar energía suficiente para que la fuente de tu esplendor, la que llamamos espíritu, brille a perpetuidad.
Hoy la divina luz de mi Señor me iluminó, reavivó mi fe y mi deseo de seguir aumentando mi espiritualidad, más para el incrédulo sólo fue un destello que ayudaría en sus vidas, sólo para imprimir en su alma la fotografía de la delgada línea de un hecho, que siendo verdad, podría ser sólo una mentira.
Que la humildad siga siendo el puente espiritual entre los seres que eligió Dios para anunciar el Evangelio de su amado hijo, que es el camino, la verdad y la vida a cualquier edad.

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