Es importante recordar que la Iglesia Católica sigue celebrando la fiesta de la Pascua, es decir, la Resurrección de Jesucristo, centro de toda la fe.
La Pascua ha rejuvenecido el Espíritu de la Iglesia. A pesar de las luchas de los apóstoles con el sanedrín y el sumo sacerdote, que les prohibieron hablar más en nombre de Jesús, estaban contentos porque Dios los considerase dignos de ser maltratados por el nombre de Jesús (primera lectura Hch 5, 27 – 32).
Siguiendo con la lectura del Apocalipsis, se explica que todas las creaturas que hay “en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y el mar dicen: Al que está sentado en el trono del Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos”.
También en el texto evangélico, Jn 21, 1 – 19, se ven unos apóstoles jubilosos y felices al ver, desde su barca de pescadores al Señor resucitado, que les dice: “Vengan a almorzar”. Los creyentes descubren a Jesús resucitado en la comida eucarística dominical y le cantan: “Te alabaré, Señor, eternamente”.
Este pueblo rejuvenecido, que es la Iglesia, celebra, durante estos domingos, el gozo festivo de la Pascua. Los cristianos católicos celebran la Pascua participando de la Eucaristía por la Comunión sacramental. Comulgando se unen al Cuerpo resucitado de Cristo, que rejuvenece la fe y da vida nueva.
Jesucristo resucitado es la figura central de todo el tiempo de Pascua y de todo el año litúrgico, de modo especial los domingos, que es el día en que se celebra la santa resurrección del Señor Jesús. En ese día se hace presente a los discípulos y, hoy a toda su Iglesia. Su presencia es luminosa y salvadora. Así como alimentó a los apóstoles con el pescado de la pesca milagrosa, sigue alimentando a toda la Iglesia con el Pan de la vida, anticipo del banquete escatológico del que un día se participará.
Que el Señor resucitado siga llenando su vida de alegría y esperanza.