Siempre había querido escribir sobre “redes sociales”, en particular sobre Twitter, pero son tantos los temas que estimo de mayor interés, que no lo había hecho.

Hoy que Beatriz Gutiérrez Müller, la primera dama de México, dice dejar esta red social (twitter), no dejaré pasar la oportunidad para hacer una reflexión, ofreciéndole a quienes están pendientes de las #DelAbogadoAmigo una sincera disculpa, pues pienso como ustedes, hay temas prioritarios.

En agosto del año pasado, leí un texto de Emilio Lezama en El Universal, donde puso sobre la mesa que un estudio de la Sociedad Real de Salud Pública en Inglaterra demostró que Instagram es la red que causa más ansiedad y depresión en los jóvenes, y que esto tiene varias explicaciones: por una parte Instagram crea la ilusión de que la vida del otro es mejor que la tuya, y por otra parte muestra el valor que dan otros a la narrativa de tu “marca-vida”

En dicho artículo concluyó Lezama que, al darle la gente un sentido de espectáculo a nuestras vidas a través de redes, éstas últimas crean una especie de presión por la socialización de nuestras experiencias.

Sentenciando que para miles de usuarios de Instagram lo que importan no son sus experiencias de vida en sí mismas, si no si estas son vistas o no por las comunidades digitales, lo cual termina hasta con problemas de salud.

Bien, creo que lo que sostuvo Emilio sobre el Instagram es aplicable también a Twitter, y considero es justo lo que pasó con la esposa del presidente de México. Explico mi punto de vista:

Twitter es una especie de nuevo noticiario, donde no existen horarios ni pausa de ningún tipo, salvo que falle el internet.

Los usuarios en general, y me incluyo, gozamos de nuestra libertad de expresión a plenitud: no hay nada que detenga la libertad de pensamiento en twitter, con excepción del límite de caracteres por tuit.

Aquí reside, estimo, su similitud con Instagram, pues mientras en aquella queda expuesta al gusto de los demás una fotografía, en twitter queda expuesta tu manera de pensar, y tal como en el Instagram algunos no satisfacen su deseo de socializar al compartir la foto sino hasta saber cuántos likes obtuvo la publicación, de igual forma en Twitter algunos no quedan satisfechos con haber ejercido su libertad de expresión en un tuit sino que, están estrictamente pendientes e incluso angustiados sobre las reacciones al mismo.

Y es que en este campo común, en donde segundo tras segundo y minuto tras minuto cada persona de cualquier índole profesional o cultural opina sobre determinado tema, naturalmente hay puntos de acuerdo: similitudes, semejanza de pensamientos, de opinión, y hasta aplausos; pero, también hay discrepancias, contradicciones, señalamientos, diferencias, y lamentablemente, hasta faltas de respeto.

Cuentas falsas: gente que no da la cara, cuentas creadas “de apoyo” con fines políticos, cuentas creadas de “destrucción de alguien” con fines políticos también, claro, sobran en Twitter como sobran en Facebook, sin embargo, la gran mayoría, la inmensa mayoría me atrevería a decir, son cuentas reales, de personas de carne y hueso que pueden coincidir o no con tu postura pública sobre cualquier tema, o pueden desafiar tu posición, nutrir tu pensamiento, señalarte (de acuerdo a su criterio) porqué estás mal, y bueno, otra vez, hasta insultarte.

Mi opinión es que debe haber y prevalecer tolerancia ante cualquier circunstancia, como la hay en la pareja ante las diferencias; como la hay en la familia ante las discrepancias; y en general, como la debe haber en cualquier relación humana.

Al final del día, las redes sociales resultan ser un espejo de lo que somos: respetuosos, o no; materialistas, o no; superficiales, o no; educados, o no; atentos, o no; intolerantes, o no; bueno, hasta la ortografía habla…

Por eso, sostengo que si uno es víctima de una falta de respeto o de un insulto, la mejor forma de devolver ese ataque es ignorándolo. Considero que así debería reaccionar cualquier persona, máxime si es figura pública, máxime si es la esposa del Presidente de México…

La tolerancia no puede ser un valor que demos por perdido, menos en este México violento.

Doña Beatriz debió ignorarlos.