En el ritmo de la liturgia de la Iglesia Católica se continúa recorriendo el camino cuaresmal hacia la celebración de la Pascua, es decir, la celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo.

Y en este recorrido del itinerario cuaresmal, la Palabra de Dios escrita en la Biblia que se proclama de manera particular en la misa dominical ayuda de criterio y luz para saber cómo recorrer este camino cuaresmal.

Es por ésto que en este domingo cuarto de Cuaresma se escucha la Palabra de Dios. En la primera lectura se presenta un texto del segundo libro de Crónicas 36:14-16, 19-23, en donde se narra “cómo los sumos sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, practicando todas las abominables costumbres de los paganos y mancharon la casa del Señor”. ¿Cuál fue el motivo?: olvidaron que el amor de Dios está sobre todas las cosas y el amor al prójimo también: ¿La consecuencia?: el destierro.

No obstante, Dios invita a la conversión, hace ver una vez más su bondad, su misericordia y su paciencia: “porque sentía compasión de su pueblo. Cuando ésto sucede, cuando se experimenta la misericordia de Yahveh, se reconstruye la morada donde él habita en medio de los suyos y se tiene la certeza de que él los acompaña.

Dios nos acompaña. ¿Cómo se traduce este gesto desde la perspectiva del Nuevo Testamento?: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga la vida eterna”. (Evangelio dominical, Jn. 3:16), a lo que San Pablo en la carta a los Efesios, añade: “la misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque estábamos muertos por nuestros pecados y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo” (2:4-5).

El Dios que nos acompaña es un Dios cercano y habita entre nosotros. “El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”. (Jn. 3:18). Es la posibilidad de preferir “tinieblas a la luz”.

Nuevamente somos interpelados por la Palabra: vivimos en situaciones provocadas por nosotros mismos, que alimentan las estructuras de injusticia y corrupción, la violencia y el crimen; el desprecio por el hermano y el atropello de su dignidad y de su vida; el culto al poder, al bienestar sin medida y al consumo desequilibrado.

Nos hemos olvidado, como dice San Pablo, “que somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos”. (Ef. 2:10). “El que obra el bien conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas, según Dios”. (Jn. 3:21).

Se puede orar con la oración de la misa dominical: “Señor Dios, que por tu Palabra realizas admirablemente la reconciliación del género humano, concede al pueblo cristiano prepararse con generosa entrega y fe viva a celebrar las próximas fiestas de la Pascua”.

Que el amor y la paz del buen Padre Dios les acompañen siempre.