Ya en otras ocasiones he comentado la importancia que tiene para el ser humano el hecho de sentirse amado, cada vez encuentro más sustento en esta aseveración, al confirmarlo frecuentemente en mi familia, y un ejemplo muy reciente, era el de un tío materno al que todos seguimos queriendo mucho y más ahora que físicamente no está con nosotros, y con el cual convivimos mis hermanos y yo en nuestra niñez, la adolescencia, y adultez ayer, cuando pasábamos las vacaciones en la casa de nuestros abuelos maternos.

No es la primera vez que expreso en esta columna la admiración y respeto que siento por mi tío Arturo Caballero Saldivar, el único hermano  varón de mi adorada madre, un hombre muy especial que de joven siempre exteriorizaba una rudeza de carácter poco común, pero, al final siempre lo delataba la ternura del gran corazón que poseía.

En Arturo se conjugaban muchas atribuciones que pueden identificar a un hombre que ha sabido vivir plenamente, y a pesar de las adversidades que pudo enfrentar, siempre encontró un remedio efectivo para sus males, podríamos decir, que tenía una filosofía de vida muy saludable, como saludable era su salud física y mental, aunque algunos no lo entendían, hasta que el tiempo detuvo las manecillas de su reloj de vida y ahora lo extrañan como yo, y desearían  escuchar sus relatos históricos que se convirtieron para muchos en anécdotas, que incluso, hoy recordarán con agrado cuando se encuentren tomando café o desayunando en alguno de los lugares donde solía reunirse con sus amigos.

Mi tío fue un hombre que supo tomar decisiones, mal o bien, de acuerdo a su muy particular percepción  e interés, por eso, cuando sentía el deseo de estar cerca de su hermana María del Carmen Ernestina, y porque no decirlo, de todos nosotros, de quien siempre recibió mucho amor, acudía a nuestra amada Ciudad Victoria, procedente de Santiago NL, donde se sentía igualmente en su casa, con su familia. Sin duda, que para muchos de sus familiares nos parecería un tanto imprudente  que a la edad de Arturo que ya rebasa los 90 años y teniendo como discapacidad la ceguera de uno de sus ojos, manejara en carretera, incluso, en ocasiones sin ninguna compañía, pero para él, que siempre se sentía pleno física y mentalmente, era una ofensa el tan sólo insinuarle que no expusiera su valiosa vida; pero el tío acudía al llamado de la sangre, con cualquier pretexto, así fuera este de vital importancia para resolver asuntos inconcluso de su vida o para realizar algún negocio y sentirse competente para ello, a pesar de los años, y a pesar de los inconvenientes que pudiera haber causado, el no haber actuado en su momento, pensando tal vez, como así estaba en su ánimo, tener suficiente vida como para cerrar los tratos de la mejor manera para no dejar pendientes cuando llegara su hora. Descanse en paz el cuerpo físico del tío Arturo, porque su espíritu sigue rondando entre nosotros y visitando seguramente a su pequeña hermana Ernestina.

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