¿Qué hay detrás de la aparente militarización de México?

Podríamos imaginar muchas respuestas, pero una de ellas podríamos clasificarla como una historia popularmente llamada “de miedo”.

No una nacida de un guión cinematográfico o de un relato sobre “espantos” de una abuela en la semi oscuridad. Una donde los protagonistas no serían figuras de ultratumba o asesinos seriales, sino personajes reales con ambiciones y pasiones muy terrenales.

Para abordar ese tema, menester es recordar como antecedente lo que hasta ahora es una leyenda urbana, retratada literariamente por Luis Spota en su serie “Trilogía del Poder”, la cual muchos juran que fue realidad pero pocos saben si fue verdad o ficción. Alguna vez la referí antes en este espacio.

Los hechos sucedieron, cuenta esa historia, hace varias décadas y lo atemorizante, lo que encoge el ánimo, es la posibilidad de una nueva versión.

Corrían los últimos días de 1975 conforme a esa leyenda, por coincidencia un año antes de terminar la presidencia de Luis Echeverría Alvarez, el mandatario más megalomaníaco en la historia reciente de México.

Ante su ocaso sexenal, el presidente de ese relato se aferraba al poder e inició una estrategia para conservarlo a través del sistema castrense. De repente, se vino en cascada la renovación de cuadros de generales que pasaban a retiro, reemplazados por mandos jóvenes y agradecidos con el Ejecutivo por los ascensos otorgados – muchos sin merecerlos todavía– y la manga ancha para operar en sus respectivos batallones y zonas militares.

El objetivo, cuentan, era promover una desestabilización social que a su vez provocara la imposibilidad del proceso electoral del año siguiente y por lo tanto la necesidad de implantar un estado de emergencia, bajo el control “obligado” del país del jefe máximo del Ejército. Sí, el presidente.

Toda caminaba, cuando uno de los hombres cercanos al presidente le preguntó si realmente confiaba en las fuerzas armadas. Los cuestionamientos fueron directos:

¿Cuánto tiempo crees que los generales, jefes y oficiales verán como su superior a quien sólo ha pisado los cuarteles en actos cívicos? ¿Cuánto tiempo pasará para que respeten a un civil sin estrellas, águilas y barras?

Terminarás expulsado del país, en la cárcel o desaparecido, fue el brutal epílogo.

El plan, de acuerdo a los relatores, terminó ese día. Ninguna tormenta social apareció y la sucesión se dio sin contratiempos.

¿Realidad o ficción?

Poco importa eso en lo que ha pasado a ser parte del anecdotario político del país. Lo que realmente inquieta, lo que da miedo, es la posibilidad de reactivar lo que fue, en realidad o en el imaginario, una malhadada elucubración.

El presente arroja un paralelismo ominoso. Hoy en México, los mandos civiles están desgastados, deslegitimados y en algunos casos hasta satanizados. El poder público ha sido entregado paulatinamente a las fuerzas armadas, desde la seguridad pública hasta las grandes obras proyectadas por el actual gobierno federal, pasando por el mando de posiciones estratégicas como aduanas, puertos marítimos y aeropuertos.

Quiero pensar que es sólo un programa de trabajo bien intencionado, quiero pensar que todo es producto de la buena fe y la confianza en la honestidad militar, quiero pensar que es una forma de rendir homenaje a la loable labor que Ejército y Marina han desempeñado en sus funciones sociales hasta ser las instituciones más respetadas por los mexicanos.

Sin embargo, en contraparte no quiero pensar en que detrás de todo esto se esconde una versión actualizada del proyecto que algunos atribuyen a Echeverría.

Yo confío en las fuerzas armadas. Y lo digo con la convicción de verlas y conocerlas desde que era un niño, como el brazo protector al que siempre podemos aferrarnos cuando se le necesita.

Sin embargo, no confío en las intenciones oscuras de esa militarización.

Y por esa falta de confianza, todo esto me parece una posible historia “de miedo”…

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