Las siluetas de las hojas del helecho real que alegra mi vista al asomarme por la ventana de mi estudio literario, se quedaron marcadas en el vidrio, estuvieron por meses suplicando la dejara entrar, y no es que yo las ignorara, sólo que no me pareció prudente, pues es tan pequeño el espacio en donde me inspiro, que precisamente se encuentra lleno de ideas, algunas de las cuales, lograron hacerse realidad, pero la mayoría, sigue dando vueltas en el espacio citado, esperando una oportunidad para aterrizar… ¿aterrizar? ¿Para qué?

Pues para que te des a conocer, me decía la voz de mi consciencia. La verdad no se trata de que yo me dé a conocer, de hecho, hoy recibí un mensaje muy claro de cuál es mi misión; el Todopoderoso dijo: Tú eres un sembrador. ¿Un sembrador? Sí, eres un sembrador de mi palabra. Ya en otras ocasiones había yo mostrado mi impaciencia por el hecho de no encontrar una respuesta a lo que estaba haciendo, pero ya me quedó claro.  Un buen sembrador tiene que tener paciencia, porque no toda la semilla llegará a germinar, algunas caerán en tierra infértil, otras caerán muy superficialmente y el sol terminará por secar el propósito, otras semillas caerán entre la maleza y a pesar de germinar, no se le dejará crecer, su tallo se secará antes de alcanzar la luz; pero no todo se ha perdido desde que me inicié como sembrador, pues la semilla logró germinar, porque encontró un amiente propicio y ahora está dando frutos.

Mi paciencia fue mayor que mi desconcierto, y el fruto de la misma, me ha llenado de gozo, porque el Señor ve con buenos ojos a los que se empeñan en cumplir su voluntad, él me dijo: Tal vez nunca llegues a ser un buen escritor, pero tu esfuerzo como buen sembrador te será recompensado. No pregunté  cómo, ni cuándo, y ayer mi hijo Cristian me habló  muy temprano, preguntando por su mamá, pensando que deseaba hablar en forma privada con ella, le pregunté: ¿Le paso el teléfono? pero él me dijo: ¿Lo tienes en altavoz? Sí, ahorita lo desactivo. No, papá no lo hagas, lo que tengo que decirles tienen que oírlo los dos. Confieso que me asustó su tono serio, pero la notica que nos dio, nos llenó de emoción: Si Dios lo permite, llegará una bendición a nuestra familia, la semilla ha germinado. Más tarde, mi nieto José Manuel, después de estar distanciado de mí, por motivos inherentes a la pandemia, desde marzo del 2019; se acercó y me dijo: ¿Abuelo, ya puedo abrir el candado? ¿El candado? Cuál candado. Sí, el candado que no me deja llegar a ti para tocarte, para abrazarte, para jugar contigo. Dirigí la mirada al cielo, abrí los brazos y el niño lleno de alegría me abrazó por unos minutos, y después me pidió reiniciáramos todos los juegos que habíamos suspendido, por tres horas no me soltó; después en familia, nos dispusimos a cenar como hace tiempo no lo hacíamos.

Sí, soy un sembrador, no me cabe la menor duda y no aspiro a más que hacer la voluntad de Dios.

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