Entonces ella dijo: ¿Para qué? Extrañado por su pregunta, le contesté: No le entiendo, ¿a qué se refiere? Los años pasan, continuó diciendo, y ya no es lo mismo, con el tiempo se tiene que redefinir las prioridades. Disculpe, pero las prioridades han sido muy claras, usted siempre ha buscado tener una buena vida, de hecho, siento que ha tenido la habilidad para allegarse recursos para su bienestar para continuar sus actividades, para sentirse cómoda en los entornos familiar y laboral, además, tiene sobrada capacidad para adecuarse a las situaciones que se van presentado; en lo único que me queda duda es si realmente se siente usted bien consigo misma, porque me da la impresión que suele evadir el enfrentar situaciones de carácter muy íntimo, que le ocasionan malestar, esto, porque no es fácil tomar decisiones donde existe la duda sobre si la conducta que se toma para resolver un conflicto, es la más adecuada, ya que deja como secuela una sensación de haber procedido equivocadamente y con ello, no sólo afecta a terceros, sino sus propias emociones. Ella guardó silencio ante el comentario, se resistía a aceptar el hecho de que estaba ante una verdad irrefutable; después de un par de minutos su mutismo cedió y dijo: Siempre ha sido mejor cortar por lo sano. Entonces ¿por qué la duda? le pregunté. ¿Usted que haría en mi lugar? respondió. Entonces le dije: Todo aquello que le haga bien al espíritu, es bien recibido. ¿Y cómo saber qué es lo que le hace bien al espíritu? El espíritu utiliza al cuerpo para  evidenciar lo que le es favorable, lo hace a través de las emociones, entonces, puede reflejar una actitud de gratitud por el bienestar recibido, incluso, puede generar la emoción más significativa que es el amor; entiéndase con ello, que hay una diferencia enorme entre querer y amar, el que ama,  no desea otra cosa que el bien para su prójimo como para sí mismo; y el que quiere, tiene como único fin tomar para sí lo que desea de su prójimo.

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