Llegó como suele llegar la desesperanza, a la vida de aquellos que no han encontrado consuelo, a un paso del deseo de marcharse para siempre, arrepentida y desbordando la tristeza de su alma confundida. ¿Si te han fallado los tuyos, qué puedes esperar del resto del mundo? Pero, para qué ir tan lejos, su mundo era demasiado reducido, tanto, que se circunscribía sólo a su entorno familiar, fuera de ahí, jamás se había atrevido a salir, porque consideraba, que no había nada más importante que haber sido madre, porque el hombre, el hombre con el que procreó a sus hijos, temprano se había marchado para nunca jamás volver. Una y otra vez se preguntaba, qué había hecho mal, si lo había dado todo por sus hijos; aunque jamás pensó, que, en la memoria de uno de ellos, no había más que resentimiento. Porque aquella mujer, a la que le decía madre, jamás le pudo explicar, qué había sido del hombre al que debió llamarle padre; porque ella consideró, que no tenía caso hablarles a sus hijos de sus malos ratos, los maltratos y las humillaciones. Cuando se convenció de que tendría que enfrentarlo todo en soledad, decidió no llenar el corazón de sus hijos de amargura; pero, nunca pensó, que sus hijos, al salir al mundo, se encontrarían con la interrogante de saber ¿quién había sido su padre?

Era la misma cara de la amargura, a la que no pudo vencer, y que se fue apropiando de todo su ser, y logró enfermarle de uno de los males que no tienen cabeza ni pies, porque suele ser tan grande, en ocasiones, que no se alcanza a ver, y todo, todo lo que no se ve, nos llena de temor, y para contener tal pavor, el cuerpo suele responder con una serie de escapes , y en esas apretadas e inesperadas salidas de dolor, se va dañando todo por dentro, dejando a la persona tan vulnerable , que llega a desconfiar hasta de su sombra.

Llegó tratando de darse valor, tratando de infundir lo que le sobra: el temor por la vida; había recibido ya muchas veces un trato frío, inhumano, poco amable, y lo que a eso seguía, y esperaba, en esos momentos, un trato igual de cobarde; entonces decidió no mostrarse vulnerable y enmascarar su temor, cubriéndose de falso valor, y antes de que yo pudiera pronunciar palabra, me dijo lo que pensaba de los médicos. Yo la escuché con toda atención, y sus palabras me hicieron sentir igual de miserable, y cuando escapó toda aquella amargura de su alma, su cuerpo, su maltratado cuerpo por el hombre y por la vida, se convirtió todo él en llanto; después, después su espíritu quedó al desnudo y mi espíritu se compadeció de él, no había otra cosa que hacer que sanar lo que no se ve y una vez que la misericordia hizo lo suyo, me despedí de ella diciéndole: Que la paz sea contigo.

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