Y tanto que te quería, como te sigo queriendo ahora, con tanto esmero te cuidé por tanto tiempo, como te cuido ahora, y cómo no hacerlo, si fuiste para mí un regalo inesperado, parecía de hecho una especie de reconocimiento a mi tenaz empeño de permanecer firme con mis ideas de sólo existir para los cuatro elementos esenciales para la existencia:

El aire, el agua, el fuego y la tierra; el primero de éstos significó el hecho de la ruta por donde mis palabras viajaron para entrar o salir del corazón de quien se sintiera amado por mí; el segundo, fue donde refresqué mi esencia para mantenerla limpia y transparente, para que mis sentimientos no fueran confundidos en un ambiente donde es difícil no contaminarse con la negatividad de la gente, que confunde lo claro con lo oscuro y lo oscuro con lo claro; el tercero, donde la calidez de la sinceridad abrazada a la humildad, mantenía siempre encendida la esperanza de que el amor nunca se transformaría en una gélida mentira; el cuarto,  donde sembré lo que parecía poco viable en aquel espacio reducido, tal vez para verte crecer sólo lo necesario, hasta verte florecer y despidieras el embriagante olor que atrae lo que hace posible se complete el proceso de la reproducción del fruto que será el alimento que dé continuidad a la vida.

¿Quién ha podido más, el tiempo que no perdona a quién lo reta y le quita la corona al sembrador de la semilla del amor, para quien siembra con amor una promesa, o la fortaleza de un espíritu luchador a quien no le gusta ver morir lo que siembra, y ha recogido por años la cosecha de saber que el mismo naranjo que se mantiene erguido como fiel guerrero que vela mis sueños y me da respiro, con la miel del perfume de su red de azares.

A mi naranjo, a su resistencia en tiempos de sequía y tolerancia a los inviernos de soledad.

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