“La mejor manera de predecir el futuro es creándolo”…

Peter Drucker

En mi paso por la universidad, una de las lecciones que se marcaron a fuego en mi magín fueron los principios de administración de Koontz y O’Donnell.

Aún recuerdo el monstruoso libro de los dos autores –Harold y Cyril respectivamente– que de sólo verlo daba grima.

Cito esa obra académica por las mil explicaciones que he escuchado y leído de por qué Tamaulipas, junto con una gran parte de México, padece una grave problemática en el abasto de agua.

En ese terreno tan viejo y a la vez tan actual existen argumentos, como dice la voz popular, de todos colores y sabores. Ambientales, sociales, culturales, económicos, políticos y una sarta más de presuntas razones que pretenden arrojar luz sobre el tema. Forman legión y en varios casos aciertan.

Sin embargo, en mi modesta percepción, me parece que el precio que hoy estamos pagando tamaulipecos y mexicanos en general, tiene tanto pasado como presente, reflejado en algo evidente y a la vez curioso: Nadie habla de la administración del agua como posible origen.

La verdad es que los gobiernos, al margen de siglas, colores e ideologías, han sido en su gran mayoría, malos y hasta pésimos admistradores, como lo confirman los principios por desgracia olvidados de los dos autores a quienes aludo en el inicio de estas líneas.

Los expongo en orden de aplicación. Me enseñaron que eran cinco y aunque hoy los han reducido a cuatro, me quedó con los que aprendí como una especie de Biblia en las aulas. Van:

Planeación, orgamización, integración, dirección y control.

Habrá quienes señalen que sí se toman en cuenta esos conceptos en los proyectos gubernamentales y no dudo que lo hagan, pero de lo que estoy seguro también es que no los aplican en su totalidad  o los minimizan en su seguimiento.

Me queda claro eso desde el primer paso: Planeación o planificación, como guste llamarle. En el servicio público los expertos del momento elaboran proyectos para determinado tiempo como si esos años no fueran a pasar. Pareciera que para ellos el tiempo se detendrá y no habrá necesidad de actualizarlos.

Es el caso de la presa Vicente Guerrero. Fue una obra extraordinariamente benéfica para Victoria y municipios colindantes que pese a su deterioro  y fallas, aún permite responder a medias a las necesidades en el consumo de agua.

Pero la abulia dominó. Y olvidaron que la planeación nunca termina.

Año tras año pasaron en los que siempre se habló de mejorar su sistema de bombeo, de reparar las fugas del vaso, de construir una segunda línea, de buscar nuevas fuentes que lo alimentaran y no depender sólo de las lluvias. Y ningún gobierno hizo lo necesario para alcanzar esos objetivos. Prefirieron vivir su cómodo presente y no pensar en el futuro, en el clásico “el que venga que lo arregle”, hasta que ese futuro nos alcanzó en forma de pesadilla.

¿Hubo planeación para construir la presa?… Por supuesto que sí. También hubo organización y hasta dirección –aunque más mala que buena– pero todos fallaron en la previsión, que es parte de todos los principios y en forma eminente, del control.

Sabían que la presa sería eficiente por sólo 20 o 25 años, pero no le dieron importancia. No previeron o desdeñaron el crecimiento demográfico capitalino, del campo, de la industria y que el agua cada año se hacía más escasa. Como el avestruz, sexenio tras sexenio metieron la cabeza en un hoyo para no ver la tragedia ambiental, prometiendo que “ahora sí” la atenderían y la amenaza se convirtió en inminente tragedia. Y hoy quieren que en dos o tres patadas lo resueva el gobierno en turno.

Reclamen entonces a Manuel Cavazos, a Tomás Yarrington, a Eugenio Hernández y sobre todo a Egidio Torre y a Francisco García, por no pensar en el futuro y mirar hacia otro lado cuando tenían plena conciencia de la crisis potencial que se avecinaba.

Tan fácil que hubiera sido pensar no sólo en sus trayectorias políticas o fortunas personales y leer los principios básicos de administración.

Koontz y O’Donell les hubieran aplaudido desde la tumba…

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