Si me ves callado, pregúntale al silencio el motivo, seguro estoy, que no encontrarás respuesta, porque no deseando sentir el vacío que se va forjando en el camino, al ir dejando atrás muchas de las cosas que te permitían confirmar, que vivir era más que comer y respirar; vivir, es un acto de amor continuo que impulsa el motivo para poder desarrollar todo el potencial que te permite ser y estar. Sin amor, la vida no se concibe como tal, sin amor se vive en una orfandad paradójica, se experimenta en ello un estado de desamparo sin importar que se tenga una familia o un entorno social, en esta contradicción, la orfandad es por falta de afecto, de compañía y significado, que generan un sentimiento de soledad y abandono.
La falta de amor no es momentánea, sino que va definiendo un rumbo en la persona; la falta de conexión emocional, conduce inevitablemente a un estado de soledad, donde la persona padece la angustia de sentir que su vida carece de un propósito y de un vínculo significativo con los demás.
No esperes a que la persona del silente dolor te pida que le preguntes qué le pasa, de la manera más sutil, y siempre que percibas que eres bien aceptado, acércate más que a su cuerpo material a su alma, la cual no solamente sufre por el sentimiento de no sentirse amado, sino de sentirse abandonado por todos aquellos a los que ama, que por estar inmersos en las rutinas de una vida que parece previamente programada y se sujeta estrictamente a los tiempos establecidos, no considero un momento para tender los puentes de una comunicación asertiva, para fungir como un divino bálsamo de amor que sana todas las heridas.
Dijo nuestro Señor Jesucristo, véanme en las miradas de misericordia que emanan de los corazones iluminados por la luz divina de mi Padre, reciban con gozo el amor que despierta el ánimo de los afligidos, de los que se han dejado abrazar por la tristeza y la melancolía, los que se sienten solos y abandonados, porque “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mt 28-20).
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