Me gustan los lugares especiales; lo especial para mí no necesariamente tiene que ver con acudir a sitios espectaculares, donde se puede disfrutar a lo grande del esparcimiento, del descanso o de los escenarios reconocidos como ideales para distraer la mente y relajar el cuerpo; lo que yo defino como especiales, tiene que ver más con aquellos lugares, que de ser simples e insignificantes para muchas personas y pasan desapercibidos, logran llamar sobremanera mi atención, tanto, que siento que me invitan a observar detenidamente los detalles de aquellos escenarios naturales, que incentivan mi inspiración y me dan la oportunidad de compartir la experiencia con ms estimados lectores, que se originan como destellos espontáneos sumamente fantásticos y que logran despertar diversas emociones.

En estos momentos en la medianía de la tarde, decido ponerme a escribir el presente artículo, tal vez no sea el mejor momento, porque apenas hace unos minutos terminé de comer, y mientras empieza el proceso de digestión, la serie de cambios que esta origina, empieza a inducir el sueño, lo que dificulta estar todo lo atento que se requiere para plasmar la idea que pretendo, pero en eso, un muy discreto sonido proveniente de la ventana de lo que he dado en llamar mi estudio literario, llama mi atención, el sonido proviene de un par de grandes hojas de un helecho real, que movidas por el viento vespertino rozan el vidrio con armónica insistencia, pareciera que me estuvieran diciendo míranos, cómo hemos crecido, ¿acaso pensante el día en que te atreviste a decirle a aquella mujer de edad avanzada, que con tanto amor cuidaba de nuestra matriz, que te obsequiara una poda para sembrar en tu pequeño jardín, que hoy compartimos contigo la alegría de vivir como hermanos, donde tú nos alimentas y nosotros deleitamos tu vista y alegramos momentos como este, en los que te cuesta trabajo concentrarte para poder escribir?

Recordamos que pasabas por aquel lugar y siempre te detenías a admirarnos, pero no te atrevías a solicitar lo que tanto deseabas; te acercabas a nuestra cuidadora y amablemente platicabas con ella, insinuándole que te gustaría tanto tener una planta como esa, y la dama sólo sonreía pero no cumplía tu deseo, hasta que llegó el momento y sólo te entregó una escuálida plantita que te parecía tan frágil que no podría subsistir al trasplante. Recuerdo que por el camino pensabas: Teniendo tan grande planta ¿por qué esta bella dama me dio tan pequeño presente? Después sembraste la poda en una pequeña maceta, parecía que no tuvieras esperanzas de que pudiera sobrevivir; pero, gracias a tus cuidados, poco tiempo después, nos abrazamos con alegría, porque aquella pequeña maceta era ya insuficiente, para albergar tan grande proeza. Hoy quisimos saludarte y recordarte este hecho, que como bien dices, suele pasar desapercibido, cuando las cosas que son realmente grandes pasan desapercibidas para el hombre.

“En aquel mismo punto Jesús manifestó un extraordinario gozo, al impulso del Espíritu Santo, y dijo: Yo te alabo, Padre mío, Señor del cielo y de la tierra, porque has encubierto estas cosas grandes a los sabios y prudentes del siglo, y descubiértolas a los humildes y pequeñuelos. Así es, ¡oh Padre!, porque así fue tu soberano beneplácito.” (Lc 10:21)

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