Hoy, una de mis pacientes, me habló de la soledad, ella tiene 81 años, y la siento como si fuera de mi familia, y la entiendo, porque mi madre de 89 años suele hablarme de lo mismo cuando se encuentra triste; tanto mi paciente, como mi madre, saben que para aliviar ese sentimiento no hay una medicina eficaz, porque, podría acaso haber alguna sustancia que por momentos las haga olvidar que hay algo en ellas que les causa esa sensación de vacío, pero, pasado el efecto y teniendo conciencia, volverán a sentirlo.

Ellas dicen que se sienten solas porque sus hijos no están tan cerca como  quisieran, pero yo pienso, que lo que están extrañando es todo aquello que las hacía sentir parte de un todo y les permitía desarrollar a plenitud el importante rol que representaban en la vida de la familia, del entorno, de la sociedad y de la vida misma.

La soledad se instala poco a poco en la vida de todos los seres vivientes, humanos, animales y plantas, pero los que más sentimos su llegada, somos las personas, porque tenemos conciencia de lo que significa estar viviendo, de lo que representa tener energía y de la importancia de sentirnos indispensables en la construcción de nuestra familia.

Yo sufro, en ocasiones, ese tipo de soledad, sobre todo, cuando al ir caminando no encuentro todo aquello que formaba parte de mi vida y me hacía sentir completo, por eso, frecuentemente me detengo para voltear atrás, y si bien es cierto, que no se puede vivir en el pasado, yo les aseguro, que aquél que este leyendo este artículo y tenga suficiente edad y haya caminado suficiente tiempo, igual, se detiene a mirar atrás cuando el camino que está por recorrer pareciera estar vacío.

 

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