En la percepción de su servidor, existen dos formas de medir las acciones políticas.

Una es la visión ética, la cual lamentablemente es la que menos o casi nunca se aplica en México. La segunda, la común, la preferida, por lo general divorciada con el beneficio colectivo y a cambio en maridaje con el interés partidista, es la opción práctica.

Acabamos de ser testigos de un ejemplo más en el Congreso del Estado. Lo expongo:

En el uso de su todavía aplastante mayoría y alianzas con dos partidos opositores, Acción Nacional volvió a repetir una acción usualmente utilizada por esta bancada en ese recinto, al modificar por la vía del “microondas”, en apenas 24 horas, una serie de reformas a la Constitución cuyo principal objetivo es evitar que la siguiente Legislatura anule la coraza que protege al gobernador Francisco García de ser detenido antes de terminar su mandato.

Quien opine que esa acción no es ética, tiene toda la razón, pero no entiendo a quienes se rasgan las vestiduras ante este escenario, cuando eso ha sido la tónica recurrente en prácticamente todos los congresos, sean locales o federales.

Con casi 40 años en el periodismo, no recuerdo que una decisión de una fracción mayoritaria en una Cámara haya respondido a lo que llaman “bien común”. Prácticamente todos los posicionamientos de los diputados –incluyo al Congreso de la Unión– responden al Poder Ejecutivo en turno, no a sus representados. Como asienta el Nuevo Testamento: Que tire la primera piedra quien se sienta libre de culpa.

Nunca dejarán de ser reprobables posturas de abuso del poder como la hoy asumida por el PAN en el Congreso Local, evidentemente para proteger un fin particular, pero de eso a definirlas como atentado a la democracia hay una respetable distancia.

Les recuerdo a quienes así lo perciben, que este es el saldo de una mayoría, esencia de la democracia y precisamente lo que permitió esas reformas a la Carta Magna tamaulipeca. Por supuesto que no son éticas ni en la forma ni en el fondo, pero son democráticas.

No es ninguna justificación, pero la aplanadora que puso en marcha la ola azul en el Congreso Local la utilizó el Revolucionario Institucional durante décadas. La oposición hacía maromas y se lanzaba desde un virtual despeñadero, pero no lograban cambiar nada.

Esa sumisión sólo cambia de acuerdo al color y siglas que dominan las cámaras de diputados locales y la federal. Priístas, panistas, perredistas y ahora morenistas como en el caso de Baja California con el fallido intento de ampliar el mandato de Jaime Bonilla. No lo lograron, pero exhibieron su obediciencia.

Veremos sin duda más casos como éste en los nuevos gobiernos estatales obtenidos por Regeneracion Nacional. El color marrón seguramente aportará su cuota a ese ingrato escenario. No los culpo ni los satanizo, es la naturaleza de la política mexicana.

Para terninar, sólo un comentario sobre la declaración del diputado José Braña sobre las reformas a la Carta Magna tamaulipeca.

El legislador, posiblemente el inminente pastor de la bancada morenista, reclamó y con apego a la verdad, que las reformas citadas atentan contra el interés público porque no sirven al interés general. Tiene razón.

Sin embargo, al mismo tiempo discrepo sobre su percepción de que esos ajustes son un atentado a la democracia, cuando es precisamente el ejercicio de ésta en el Congreso Local la que permitió las adecuaciones. Decidió la mayoría, aunque no signifique necesariamente que ésta tenga la razón.

El otro aspecto en mi opinión de lego del derecho, es anunciar que esas decisiones califican para una acción de inconstitucionalidad, cuando precisamente es la Carta Magna la que incluirá esos conceptos. Nunca será inconstitucional lo que la misma Constitución establece.

En fin, todo esto anticipa un panorama proceloso en la primera tribuna del Estado. Preparémonos para nuevas tormentas…

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