Conforme pasa el tiempo cada vez me resulta más difícil elaborar un plan de viaje, antes nuestro mayor problema eran las condiciones mecánicas del auto, no nos preocupábamos por la estancia y la comida, porque por lo general las vacaciones las pasábamos en la casa de los abuelos maternos.

Como vivimos un tiempo en Tampico, no anhelábamos tanto ir a la playa, anhelábamos ir a respirar el aire fresco de la montaña, y aunque la que estaba frente a la casa grande no fuera muy alta, el verdor y la abundante variedad de árboles y arbustos eran suficientes para ganar nuestro entusiasmo.

La toma de decisiones, en aquello años, aunque democrática, al final siempre recaía en el jefe de familia, nuestros pequeños hijos igual eran felices accediendo a ir a lugar que su padre y madre seleccionaban y nuestra mayor satisfacción era verlos felices a ellos.

Los alimentos siempre nos parecieron deliciosos, mucha fruta de temporada, platillos tradicionales, antojitos y por qué no decirlo también algo de comida chatarra, nada parecía afectar a nuestro aparato digestivo, el sistema trabajaba al cien por ciento y raramente enfermabas de indigestión, gastritis o colitis.

La fatiga venía después de haber hecho mucho ejercicio y el sueño llegaba temprano y era verdaderamente reparador, en fin, los planes de viaje siempre salían tal y como lo habíamos planeado y siempre tenía, gracias a Dios, un final feliz.

Conforme pasó el tiempo, los hijos fueron creciendo y la democracia fue más exigente, los hijos defendían firmemente su derecho a divertirse en lugares de mayor impacto social, aquellos que eran más promocionados en los medios, las decisiones se dividían, pero yo seguía contando con el voto de confianza de mi esposa y en su capacidad para convencer a los muchachos; al final, lográbamos salir a carretera, aunque con algunas caras largas durante unos minutos, nada que la música, las anécdotas y los juegos, no pudieran desvanecer para terminar reunificando a la familia.

Hoy mis hijos son independientes a conveniencia y codependientes por el mismo motivo, yo he dejado de opinar por las mismas razones, de hecho, ya no hacemos planes de viajes juntos, porque los destinos difieren diametralmente.

Hace diez años perdí el voto de confianza de María Elena mi esposa, ella decidió, por voluntad propia, apoyar a las mayorías; llegué a la conclusión de que no era por falta de amor a mi persona, ella había aprendido a evolucionar, mientras yo me había quedado en el pasado.

Hoy a mi voto se le llama terquedad y cuando logro hacer valer mi derecho a decidir el destino de mis vacaciones, ya en carretera disfruto del paisaje como si lo hubiera visto por primera vez, y cuando observo por el retrovisor, me parece ver, en mis nietos, que juegan y discuten en el asiento posterior, a mis tres hermosos hijos.

Yo quisiera tener la capacidad para evolucionar, pero mi espíritu se aferra a evocar los recuerdos más felices de mi vida, siempre con la esperanza de encontrar en el presente las mismas señales de amor que me hacían sentir que era el hijo, el hermano, el esposo y el padre que siempre había deseado tener mi familia; no me conformo con la idea de que con el tiempo las personas debemos de tomar como normal, el ver a nuestros ancianos padres como objetos, el ver a nuestros amados hermanos como extraños, el ver a nuestra esposa abandonarse al cuidado de los nietos, el ver a nuestros hijos tratarte con indiferencia, pensando que eres inmortal, el ver a nuestros nietos crecer sin darles la oportunidad de enseñarles que el amor, es el don más maravilloso que un ser humano puede legarle a su familia.

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