La palabra Pinche no es una mala palabra, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, significa ayudante de cocina, sin embargo, la connotación es distinta cuando se le agrega un tono despectivo, algo peculiar en la sociedad de altas aspiraciones.

La palabra Naco tiene varias acepciones, la más socorrida en México, es como una abreviación de Totonaca, es decir indio o de los pueblos indígenas.

Hago la aclaración porque a algunos castos oídos, de esos de lengua larga, les parecerá ofensivo el título del artículo de hoy, pues no están acostumbrados a leerlo, solo a expresarlo.

Me remonto a mis tiempos de universitario, vivir en El Pedregal de San Ángel y estudiar en la UNAM me brindó la oportunidad de vivir en dos Méxicos, el de las carencias y el de los privilegios, el de los que tienen y el de los que no tienen, el de la lectura y el de las parrandas, el de los cafés y el de las cantinas.

A finales de los años 70s el mundo se balanceaba entre la izquierda y la derecha, eso se extrapolaba a todas las instituciones y la universidad era el punto de encuentro entre las dos corrientes, la juvenil inconformidad por todo, era tierra fértil para que el Partido Comunista sembrara, a veces con éxito.

Tenía sus beneficios ver desde el balcón del departamento los juegos de futbol del equipo universitario, los Pumas, aunque el ángulo del mismo no permitiera ver los goles que se anotaban en la portería sur, pero la trasmisión por radio llenaba ese pequeño hueco, pagar la entrada resultaba muy oneroso para un estudiante.

Caminar todos los días por los callejones para llegar a clases era la recompensa, una ciudad de México que parecía provincia, anhelo de todos los que íbamos tan lejos a estudiar.

Los estratos sociales perfectamente diferenciados por la forma de vestir eran naturales ahí, tener acceso a las Peñas para ver los inicios de Guadalupe Pineda era algo imperdible y cuando Papá viajaba hasta se podía ir a ver el concierto de Alberto Cortés.

La vida transcurría mucho más lenta que ahora, los maestros eran dogmáticos y nadie los acusaba de nada, uno simplemente se rebelaba y discutía con la merma de los puntos de la calificación final.

Todavía en 1976 se sentía el miedo de 8 años antes, las manifestaciones eran mínimas, pero se notaban, marchaban a pie por las principales avenidas, principalmente por Insurgentes, ahí se veían los rostros cansados de la pobreza extrema, las manos ajadas del trabajo con tierra, luchando por algo que los habitantes de la capital no entendían, solo veían el contingente y usaban el claxon, como si el estruendo fuera a dispersar a la multitud de 50, 100, 500 o mil personas.

En esos años fueron muchas las marchas que vi, fueron muchos los embotellamientos que presencié y jamás vi en vivo alguna agresión de las policías, solo veía las caras de enfado de los conductores de los automóviles y escuché comentarios despectivos para los humildes manifestantes que en mucho de los casos vestían prendas tradicionales de sus pueblos, mientras marchaban con un burro como testigo mudo de las ofensas expresadas por su atrevimiento.

Como la vida da vueltas en 1991 regresé a trabajar al entonces Distrito Federal, lo encontré muy cambiado, mi oficina el Palacio de los Condes de Santiago de Calimaya, mi cargo Director del Museo de la Ciudad de México.

Los manifestantes entonces cambiaron, ahora eran Maestros, Electricistas, Petroleros y muy de vez en cuando Ejidatarios que buscaban apoyos para sus parcelas, pero la incomodidad de los conductores era la misma, solo que entonces se escuchaban más fuerte.

En una ocasión fue a visitarme una pareja de amigos, me invitaron a comer, pero con tan mala suerte que se atravesó una manifestación que nos impedía el paso para llegar a nuestro destino, vino a mi memoria porque esta semana en un video vi a la esposa de mi amigo con una pancarta marchando por Paseo de la Reforma, sus razones debe de tener para sentirse ofendida y celebro que haya entendido que el manifestarse es un derecho constitucional, solo que en aquella ocasión, cuando estuvimos por espacio de una hora atorados en la tráfico, sus comentarios fueron muy diferentes: “Mira nada más, hasta animales traen, que necesidad de venir a incomodar acá, que protesten en su pueblo, PINCHES NACOS”

 

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