¿Quién quiere perder en la vida? Sin duda a nadie le gusta perder, de hecho, siempre estamos esforzándonos por ganar, desde que nacemos se nos está preparando para ser ganadores, nuestros padres quieren hijos ganadores, nuestros maestros quieren alumnos ganadores, en el trabajo se requiere de ganadores, en fin, pareciera que el ganar-ganar es una de las prioridades de todo ser humano; pero, qué pasa cuando a pesar de tener bien definido nuestro propósito de ser triunfadores en la vida, resulta que muchas veces tenemos que perder para que otros ganen; esa cuestión no resulta nada grata para el que tiene que ceder las oportunidades para que otros menos favorecidos puedan beneficiarse y disfrutar del triunfo, aunque sea temporalmente.

Una definición de ambición sería: Deseo intenso y vehemente de conseguir una cosa difícil de lograr, especialmente riqueza, poder o fama. ¿Qué tan ambicioso es el ser humano? No siempre se persigue el triunfo en la vida para ganar dinero, para tener poder o fama, aunque podría estimarse que sería esto una prioridad para muchas personas. Los que no persiguen esa meta ¿Cuál sería el tipo de ambición que los motiva en la vida? Si lo que ambicionamos es hacer el bien a los demás, tal vez encontremos mayores obstáculos para lograrlo, que los que buscan otro tipo de riquezas.

Durante mi vida, en varias ocasiones, he sido señalado como un perdedor, como una persona de pocas ambiciones y hasta me han calificado como mediocre por no aspirar a ser un ganador; más los que me han señalado, han resultado ser aún más perdedores que yo, porque el dolor que les ocasiona el no haber logrado cumplir todo lo que se habían propuesto, los ha vuelto infelices.

Hay cosas por las que he luchado en la vida y sin pretender sentirme superior a nadie, me he ganado el respeto de mi familia, de mis amigos, de algunos de mis compañeros de trabajo y de mis pacientes; he luchado por mi dignidad y mis derechos, y he ganado para mí mismo el haberlo hecho, aunque otros aleguen que lograron vencerme. He luchado por la dignidad y los derechos de las personas que me han dado la confianza para hacerlo y con ello me siento ganador.

Hay una lucha que inicié desde hace tiempo y parece no terminar nunca, porque me exige la renuncia a todas mis ambiciones, pero que en esa aparente pérdida me haría ganar lo que más puede anhelar una persona de fe, es la lucha para vencer el egoísmo y poder amar a mi prójimo como a mí mismo, con el mismo amor con el que nos ama Jesucristo.

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