Un día, mientras paseaba por el desierto de mis desventuras, me encontré  con el espíritu de una persona cercana y muy amada, me pidió lo acompañara a visitar un sueño que parecía haberse perdido en la soledad de los recuerdos, pero cuya sombra solía asomarse sigilosamente con frecuencia a la conciencia de aquellos que suelen cargar con los sentimientos de pérdida que acompaña a los anhelos extraviados,

Sorprendido por tan extraña petición le dije: ¿Y yo  por qué tendría que caminar por las anfractuosidades de tan complicado laberinto emocional?

Y el espíritu respondió: Para que no pierdas la cabeza y con ello, no pierdas la capacidad de valorar lo mucho que has ganado, y para que olvides lo que crees que has perdido.

Imaginé que no sería fácil aventurarme a experimentar tan fantástica vivencia, y notando el espíritu en mi voluntad la resistencia, me dijo: Es más fácil de lo que puedes imaginar, sobre todo, cuando pareciera que los que se creen desafortunados por haber enfrentado tantos obstáculos en la vida, se han acostumbrado a pensar  y a sentir, que existen eventos negativos, que tratan de frenar el desarrollo del potencial con que fueron dotados, y  que al estar francamente ofuscados por un fracaso inexistente, sólo ven reflejado en el espectro existencial, su propia negativa para vencer el miedo y obtener todo aquello que les pertenece y que siempre ha sido suyo, pero no lo han aceptado por  pensar lo contrario, sin tener que sacrificar ánimo, energía y tiempo de su valiosa vida.

Hay cabezas, dijo, que ni siquiera se atreven a soñar y sus pensamientos se reducen a sólo caminar por los rumbos conocidos, pensando, que estarán seguros, sintiendo que no necesitan más que tratar de facilitar a los demás el camino para que continúen por la misma senda.

Un buen día, desperté con la seguridad de sentir, que todo lo que he vivido ha sido para bien, y con ello rompí las ataduras que impone el mal pensar de que se viene a la vida para sufrir; un día como hoy, acepté el hecho ser digno de merecer todo lo bueno que Dios nos ha obsequiado para allegarnos la felicidad de haber ganado, y no haberme perdido en las lamentaciones del mar de la amargura, que arrastra a todo aquel, que sin ser perfecto, piensa que si no lo es, no sería aceptado por los que ama.

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