Aún el viento habla y con suave sonido dice, que más allá del silencio de los que callan, el pensamiento viaja sin su consciente parecer, para llevar su silente sentir, al corazón de los que esperan la razón de tan obcecada decisión de perderse en el desierto de la nada.
Aún el que escucha, y espera se establezca de nuevo la vital y energética comunicación de unos ojos que brillaban en la oscuridad más espesa, de unos labios de sonrisa franca, de la grandeza de las palabras que no requieren de la aprobación de una conciencia complicada, por la rigidez de un entorno que por cuidar una supuesta elegancia y la correcta dicción, se escandaliza de la claridad y fluidez de los que hablan con la sencillez de la pasión de ser una persona de excepción, sin temor a una estricta corrección o exageradas reprimendas de una cúpula entronizada, enloquecida de poder.
Espera pues, el que desespera, el ver cómo el cielo se aclara, para dejar de fingir que no pasa nada, cuando el tiempo sigue su marcha llevándose el de la juventud, la mejor estampa, y del cuerpo la firmeza y la energía tan deseada, cuando se cuidaba la salud, y de la mente, la voluntad de seguir de frente, cuando se llegaba dignamente a la vejez con sabiduría consagrada.
Por qué callar ahora, cuando han emergido victoriosos los valores de los que no tienen una doble definición para llamar a las cosas por su nombre, ondee como lábaro patrio la valentía, la responsabilidad y la humildad; marchen estos con orgullo que llevan al frente, una fuerza capaz de derrotar hasta la más sólida muralla de mentiras, levantada por un falso orgullo, por la dignidad quebrantada, por la libertad condicionada de la que silenciosamente se forjan las cadenas de los esclavos del mañana.
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