Cuando tenía tres años, curioso, como era mi forma de ser, atrajo mi atención una bola de hilo de color azul cielo que estaba en una vieja mecedora, propiedad de mi madre; la tomé entre mis manos y la empecé a apretar como queriéndola hacer más pequeña, pero, a pesar de no tener suficiente fuerza, ésta, resbaló de mis manos, y fue a parar al suelo, me agaché para recogerla, pero sin querer, la empuje con mi pie derecho, más logré atrapar el extremo que en apariencia era el primero, pero que en realidad, resultó ser el último que queda al enredar el hilo; y tratando que la pelota de hilo regresara a mí, jalé el extremo, pero sólo logré que ésta se fuera más lejos, por lo que seguí persiguiéndola, tanto, no sé cuánto, pero, que logró cansarme y terminé por sentarme en el piso; ahora pienso que en ese momento me sentí frustrado, y ante tal fracaso, me puse a llorar, prolongándose mi llanto por unos minutos, suponiendo que con ello quería llamar la atención, como aquella bolita de hilo de color azul cielo, pero, al no lograrlo, entré en lo que suelen llamar coraje, lo que dio lugar a que diera un fuerte grito para llamar a mi bendita madre, la que presurosa acudió a mi encuentro y al verme en tal estado, lo primero que pensó, fue que había caído , me levantó con rapidez y buscó por todo mi cuerpo alguna señal de moretones o heridas, pero no encontró nada de eso, lo que sí notó, fue que en la mano derecha apretaba con fuerza un pedazo de hilo de color cielo, y no pudo evitar seguir el largo trayecto de la extensión del mismo perdiéndose en la nada, por lo que decidió seguir aquella señal para ver donde paraba; caminando hasta cansarse, por lo que regresó también frustrada como yo, y sentándose a mi lado me dijo: Hijo, dame lo que tienes en la mano. Pero yo me negué rotundamente y lo apretaba con mayor fuerza. Vamos hijo, suelta ese hilo, repitió nuevamente y jalándolo trató de que cediera, más siendo tan pequeño como era en aquel entonces y siguiendo así hasta ahora, dirigí mi mirada para ver sus bellos ojos y le dije: Madre, te andaba buscando y al no encontrarte me dio mucho miedo y empecé a llorar, lloré tanto que mi dolor llegó hasta el cielo, fue entonces cuando vi a un hermoso señor que se asomaba entre las nubes , mirándome con tal ternura que mi llanto terminó como había empezado, entonces extendió su largo brazo, y en el puño de mano derecha traía una hermosa pelota de hilo color azul cielo y la dejó caer sobre tu mecedora, donde solías arrullarme hasta que quedara dormido, mi curiosidad me hizo tomar en mi mano derecha la pelota y al apretarla esta salió disparada rodando por el suelo, haciéndome que la siguiera hasta perderla en la nada, pero pudiendo regresar hasta la mecedora,, al tener sujeto el extremo que me llevó hasta el último que resultó ser el principio, después lloré desconsolado y tú viniste a mi encuentro cómo yo tanto lo había deseado, por eso madre, no puedo soltar el hilo de mi mano, pues no quiero perderte de nuevo en la nada, pues tú vives en mi corazón y cuando sales de él, yo vivo en la nada.

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