Empezó a caminar con los pies descalzos, a sentir con ellos, la firmeza del suelo que pisaban, lo hizo antes que sus manos cariñosas acallaran los lamentos dolorosos del hermano. Sus pies conocieron el frío, el calor, la suavidad y la dureza, todas esas sensaciones que con el tiempo se materializaron al tener contacto con otras partes de su cuerpo, como después lo hicieron sus ojos, sus pensamientos y finalmente, su misericordioso corazón amado.
Con el tiempo, el hombre cubrió sus pies con el calzado, para que pudiera caminar sin lastimarse, más la dureza de la suela y de la piel del animal sacrificado, pusieron en evidencia la rigidez de todo ser desanimado, que le hicieron caer en la pisada, cuando más necesitaba la seguridad de su amada tierra, sabiendo que con ello perdería la libertad de su vida consagrada.
Con el tiempo, de tanto caminar, sus pies se sintieron oprimidos, distanciados de los elementos que de niño había conocido e hiciera suyos, entonces, el frío se tornó más frío, y el calor tan intenso, como si estuvieran quemándose en una hoguera, sintiendo que se reducía el espacio cuando caminaba con el dolor causado por todos los que lo habían negado y traicionado.
Sus pies cambiaron de forma en cada paso, y ya cansados, le dijeron a su mente: Líbrame de este dolor, si está en tu haber, ya que me conduce hasta el calvario, más, si ésta ha de ser mi suerte, mantén mi paso firme y fuerte, para no ceder a la tentación de no enfrentarme con la muerte. La mente con tono autoritario le responde: Tu destino ha sido ya dictado, el motivo y su origen te hace fuerte, mas, libraré a tus pies de tal martirio, y volverás a sentir calor y frío, y cuando dejen de sentir, del dolor te habrás librado, más tal milagro no está en mi poder, consultaré al corazón, custodio de la semilla del amor, que el divino sembrador en él ha sembrado, porque el corazón es libre y palpita sin mi voluntad y el poder que de él ha emanado, encontrará la solución para los pies. El corazón dejó caer sobre los pies unas gotas de sangre haciéndoles sentir con ello, primero, un calor tan agradable, fortaleciendo su valía, sintiendo un dolor tan fuerte y tan punzante, que hicieron exclamar a aquel cuerpo que habían sostenido, las palabras que abrían de recordarnos lo mal que habíamos tratado al cordero de Dios tan amado y consentido: “Perdónalos Señor, no saben lo que hacen” y una filosa lanza hizo callar al corazón al traspasarle, liberando al Espíritu de amor, para salvarnos y regresar así cumplida su misión con su divino Padre.

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