Vivir en la pasividad, termina por frenar el potencial humano, y una evidencia incuestionable de ello, es el entorpecimiento de la creatividad y el detrimento de la producción de iniciativas que mejoren la calidad de vida individual y colectiva. Quien se vuelve pasivo paulatinamente, resulta ser vÃctima de un proceso social de anquilosamiento, promovido por los sistemas administrativos, regidos por una clase polÃtica que gobierna para sà misma y sólo ve en el pueblo a un público expectante y sumiso, con muy baja autoestima, que se ha vuelto sumamente dependiente del paternalismo gubernamental, y por voluntad, ha sido encadenado a múltiples organizaciones que promueven la continuidad de la desesperanza y la marginación.
Al inicio de la semana, me sentà parte de esa gran masa social que evoluciona a una discapacidad prematura, y como tal, me vi observando con ansiedad a los lados, buscando con desesperación el apoyo de quienes igualmente están bloqueados por la falta de confianza en sà mismos. Ayer, sufrà con la ignorancia de quien, por sentirse menos, no se permite el derecho a reclamar la voluntad que le fue arrebatada por la falta de oportunidades en la vida; hoy, palpé la confusión de los que, teniendo un gran potencial, dudaban de su capacidad para resolver problemas.
La pasividad es un mal de nuestro tiempo, que nos quita el sueño por tantas pesadillas plagadas de injusticia, marginación y desventuras; la pasividad está ligada a la ignorancia, a la enfermedad emocional que incrementa nuestros temores para allegarnos la felicidad que merecemos.
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