Cada 15 de octubre, el mundo reconoce el papel fundamental de la mujer rural: agricultora, sembradora de vida, guardiana de semillas, proveedora de alimento y defensora del entorno natural, en México, esta conmemoración tiene un peso especial, porque esas mujeres —que sostienen comunidades enteras— siguen siendo víctimas de invisibilidad institucional, desigualdades sistemáticas y recortes de apoyos que las dejan desprotegidas frente a enormes desafíos.
Es importante recordar que la lucha de las mujeres rurales no comenzó cuando la ONU declaró el 15 de octubre como su día internacional, esa conmemoración, establecida en 2008, llegó tarde a una realidad que las mujeres del campo mexicano ya vivían y enfrentaban desde hace generaciones, mucho antes de que existieran instituciones que las nombraran, ellas ya sembraban, organizaban, criaban, resistían y exigían, no necesitaban reconocimiento global para entender su valor. Lo ejercían, día con día, con el cuerpo, con la tierra, con su comunidad. Reconocerlo hoy no es solo un acto de justicia, es una deuda con la historia.
Las mujeres del campo enfrentan múltiples barreras: acceso limitado a la tierra y al crédito, salarios más bajos que los de los hombres por el mismo trabajo agrícola, dependencia económica, doble carga laboral (campo + hogar), falta de acceso a servicios de salud en zonas rurales, baja escolarización en comunidades remotas y mínimas oportunidades de vinculación comercial. En muchas regiones, sus esfuerzos pasan desapercibidos, sin contrato, sin reconocimiento formal.
A esto se suma que en los últimos años, el gobierno federal ha ido eliminando o recortando programas sociales que antes beneficiaban particularmente a las mujeres rurales:
- Programas productivos apoyaban pequeños huertos, crianzas familiares, cooperativas de mujeres, cadenas de valor agropecuario lideradas por mujeres.
- Las estancias infantiles, que permitían que madres rurales trabajaran o participaran en proyectos agrícolas, han sido reducidas o desaparecidas en muchas localidades.
- Apoyos para capacitación técnica, acceso a maquinaria ligera, paquetes de plántulas, semillas mejoradas, asistencia técnica especializada y comercialización diferenciada para mujeres han quedado en el camino.
Cuando esos apoyos desaparecen, lo que queda es el esfuerzo aislado de muchas mujeres que, con sus propios recursos, intentan producir, subsistir y alimentar a sus familias. Y cuando falla ese esfuerzo, las más castigadas son ellas mismas y sus comunidades.
En Tamaulipas y otras entidades agrícolas, las mujeres rurales reportan carencia de respaldo institucional. Muchas veces, los pocos apoyos que llegan terminan beneficiando más a hombres —por su posicionamiento, redes o familiaridad con los mecanismos administrativos— que a quienes realmente los necesitan. Cuando un programa no toma en cuenta la perspectiva de género, termina perpetuando desigualdades y exclusiones.
Las mujeres mezcladas con la tierra y el hambre son heroínas silenciosas de nuestro país, día tras día, trabajan en el calor, en el polvo, sin subsidios, sin reconocimiento formal…
Lo verdaderamente transformador es pasar del discurso a la acción, del aplauso simbólico al respaldo real, ellas no piden favores, exigen justicia. Son el corazón del campo mexicano, sostienen la seguridad alimentaria y preservan saberes ancestrales. El país les debe mucho más que una efeméride, les debe políticas que les garanticen tierra, recursos, autonomía y dignidad. Que este 15 de octubre no se quede en palabras: que sea el inicio de una verdadera restitución histórica.