En una ocasión, siendo estudiante de preparatoria, escuché a uno de nuestros maestros contar una anécdota donde aludía el potencial de todo ser humano para realizar cosas buenas. Al término de la clase, un grupo de compañeros nos quedamos a comentar sobre el tema; uno de los presentes dijo: Yo soy bueno para acudir a clases; otro comentó, sí, pero eso no te hace mejor estudiante; otro se animó y exclamó, pues yo soy bueno para levantarme temprano, mis padres no batallan, al primer llamado ya estoy de pie y me preparo para acudir a clases; y tú Salomón, para que eres bueno, dijeron dos de ellos, la vedad, les comenté, no sabría decirlo, porque no veo en todo lo que hago algo sobresaliente, sólo me dejo llevar por mi naturaleza y tal vez por ello, hago sólo lo que necesito para vivir, para crecer y para cumplir con lo que me toca dentro del contexto de la comunidad; creo que el maestro nos estaba haciendo una invitación para averiguar si lo que hacemos realmente contribuye en algo positivo, algo que mejore el entorno donde nos desarrollamos, y que a la vez nos permita reconocer en lo que los demás hacen, todo aquello que nos pueda ayudar a mejorar nuestra forma de ser. Yo lo que haría, sería preguntarle a mi familia, mis amigos, mis compañeros de escuela y a la sociedad misma, si han reconocido en mi quehacer algo que pueda responder a la pregunta: ¿Para qué soy bueno? Y así fue como empecé a preguntarle a mi familia, mi padre dijo que era bueno para contar chistes; mi madre dijo que era bueno para ayudar con los quehaceres de la casa; mi hermano mayor dijo que era bueno para estorbar; mis hermanas dijeron que era bueno para cuidarlas, mis abuelos dijeron que era bueno para obedecer y respetar las reglas, mis amigos dijeron que era bueno para escuchar, para aconsejar, para escribir, para planear y organizar actividades. Nunca imaginé que aquellas opiniones serían la base para desarrollar mi potencial para hacer cosas buenas, una vez que llegara la madurez a mi vida, mas, todavía me pregunto si mi quehacer, actualmente, en realidad es útil a mis semejantes, porque en mi juventud, sentía que tenía todo el tiempo y la energía para realizar todo lo que me proponía, y si me equivocaba, podía recomponer positivamente todo lo que a ojos de los demás no era del todo bueno, por causarles algún daño colateral, y ahora tengo que esforzarme para dejar de hacer lo que me agrada, para poder hacer sentir bien a los demás, pero me consuelo al pensar que todos ellos, por cuestiones de edad, también exigen un mayor esfuerzo de mi parte para comprenderlos.
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