“No hables mal de nadie, cuya carga no hayas llevado a cuestas” (Francis Zimmer Bradley)

Es difícil dominar el temperamento del hombre, sobre todo, cuando se siente amenazado, incluso, en ocasiones, sin llegar a la agresión física, bastan unas cuantas palabras hirientes para desatar una tormenta.

Si todos cometemos errores, ¿por qué nos resulta tan difícil ser tolerantes?  Más daño se infiere al espíritu, cuando cegado por la ofuscación, desatamos nuestra ira acumulada, haciendo pagar todas las cuentas a quien tuvo el infortunio de estar en el momento y lugar equivocados; y sin mediar conciencia y sin medir consecuencias, lanzamos tal cantidad de improperios, que pareciera que en ese instante se estuviera discutiendo en el mismísimo infierno, mas, pasado el temporal,  en apariencia viene la calma, pero cuando el peso de las palabras es tan filoso, la herida que ocasionan llega a tal profundidad que no logra cicatrizar.

“La herida causada por una lanza puede curar, pero la causada por la lengua es incurable” (Proverbio árabe)

Hay personas tan amadas, que paradójicamente, en unos de esos momentos de oscuridad hieren tanto con sus palabras de doble filo, que difícilmente logran comprender, que en ese desquite que consideran “justo” ocasionan una fisura en sus relaciones con la familia o con las amistades más cercanas, y esto trae por consecuencia dolor en ambas partes.

“Hay dos cosas que siempre hacen hablar: el coraje y la vanidad” (Cristina de Suecia).

Hablar cuando existe coraje, es seguramente la fuente más importante de donde emergen las palabras de doble filo, si se tuvo razón o no en decirlas, es lo de menos, porque con ello se pone en evidencia que hay sentimientos que privilegiamos más que el amor.

En una ocasión un buen amigo me platicó, que discutió acaloradamente con su hermano, por lo que consideró la defensoría de una causa justa, me dijo: Lo puse en su lugar, le dije que me avergonzaba de ser su hermano y que ojalá no hubiera existido, pero al poco tiempo me arrepentí tanto, porque me enteré de que el día en que discutimos él estaba pasando por una gran congoja.

“Más veces se arrepiente uno de lo que ha hablado, que de lo que ha callado” (Simonides de Ceos).

En ocasiones, no podemos adivinar por lo que están pasando otras personas, en el momento en que surge la posibilidad de entrar en una discusión ácida, podría ser en el que se encuentran más susceptibles.

“Quien guarda su boca, guarda su alma, pero el inconsiderado en el hablar, sufrirá en perjuicios” (Rey Salomón)

Los seres humanos somos imperfectos y por ende cometemos errores, mas, si al menos recordáramos que: “Tener amor es saber soportar; es ser bondadoso; es no tener envidia, ni ser presumido, ni orgulloso, ni grosero, ni egoísta; es no enojarse, ni guardar rencor; es no alegrarse de las injusticias, sino de la verdad. Tener amor es sufrirlo todo, creerlo todo, esperarlo todo, soportarlo todo.” (1 Corintios 13:4); nunca dejaríamos salir de nuestra boca las palabras de doble filo.

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