En medio de la celebración por mi cumpleaños, rodeada de mis hijos y mi esposo, de pronto en ese ambiente festivo, surgieron las notas de una canción que nos envolvió en el pasado, y nos hizo recordar aquellos días en que siendo niños, cuando apenas empezaba a amanecer, recorríamos a toda prisa las calles y avenidas para llegar puntuales al colegio.
Fueron muchos años los que convivimos, justo en ese pequeño espacio que nos daba el interior del auto en que día a día, después de despertarlos y prepararles su desayuno, sorteábamos las vicisitudes del tráfico coreando la letra de las canciones que tenía preparadas en su programa Marco Antonio Saldaña.
Así empezábamos nuestras actividades juntos, sin gritos ni presiones de ninguna índole, eran momentos que les permitían iniciar las actividades del día con una buena disposición, con una actitud positiva y sobre todo, llegar al salón de clases bien despiertos, sin sueño, listos para enrolarse en sus actividades escolares.
Fueron tan importantes esos momentos de convivencia diaria, que así tejimos juntos una relación de confianza y armonía, pero sobre todo, se fueron creando lazos de apego necesarios para su crecimiento emocional y social.
Aprendí desde su infancia a escucharlos, a sentirlos muy cerca, a identificar sus estados de ánimo y a encontrar la forma para que pudieran platicarme sus experiencias cotidianas vividas con sus maestros y compañeros, sobre todo, al momento de recogerlos al terminar su horario escolar.
Ellos encontraron en mí la amiga, compañera y confidente de sus pequeños grandes conflictos, de sus dudas y de sus cuestionamientos que acompañaron su desarrollo físico y emocional.
Cómo disfruté a mis hijos siendo niños. Siempre establecí con ellos una relación de iguales, donde el hablar de las cosas y llamarlas por su nombre, fue creando una relación de respeto y confianza, de tal manera que podían abordar cualquier tema, de toda índole y su madre, siempre intentaba darles opciones que los llevaran a encontrar respuestas a sus interrogantes.
El resultado de todo aquello me complace intensamente. Tenemos una relación muy cercana. Nos acompañamos siempre y ahora son ellos los que me escuchan, los que resuelven mis dudas. Los que apoyan mis nuevos aprendizajes.
Los veo convertidos en seres humanos capaces de trasceder. Toman decisiones y asumen responsabilidades. Autosuficientes, encausando su vida por donde cada uno ha decidido hacerlo, conforme a sus propias decisiones, buscando su realización individual y profesional, luchando por sus ideales, enfocados en la consecusión de sus metas y objetivos. Sensibles y comprometidos.
¡Cuán necesario establecer con nuestros hijos, desde niños, ese vínculo emocional que nos permita crear en ellos un canal de comunicación sano y espontáneo, que les brinde la confianza necesaria para expresar lo que viven en su entorno escolar, familiar y social.
Aprender a escucharlos, y ponernos a su nivel, dándole la importancia necesaria a sus palabras, sin prejuzgarlos ni consentirlos, sino enseñándoles el valor de expresarse con verdad.
Entender lo que los inquieta sin menospreciar su angustia, sin minimizar el hecho. Viéndolos a su altura y poniéndonos a su nivel, conscientes de su angustia, dándoles seguridad y apoyo en todo momento.
Nunca es tan necesaria la presencia de los padres como cuando son niños, máxime cuando los estudios científicos nos dicen que es justo en la primera infancia, de los 0 a los 5 años, cuando se ponen las bases para alcanzar un desarrollo sano en lo motriz, social, emocional, cognitivo y del lenguaje.
Que importante comprender que acompañar sus juegos y compartir con ellos nuestras tareas cotidianas, es estar presente en su aprendizaje de vida. Y lo más impactante es reconocer el daño que trasciente a la vida adulta, cuando se carece de este apego emocional en la infancia.
Es tan corto el tiempo que podemos disfrutarlos. A escasos meses después de nacidos, ya no quieren estar en brazos; piden soltarse de la mano, cuando creemos que están aprendiendo a caminar, ya quieren correr.
Siempre adelante, más delante de lo que quisiéramos, sin darnos tiempo de aprender a ser padres, siempre rebasados, sin apenas adaptarnos a los nuevos requerimientos de su desarrollo, intentando satisfacer todas sus necesidades y cuando creemos que aprendimos a ser buenos padres, nos despertamos con los problemas de la adolescencia y su urgente búsqueda de independencia, sus crecientes ansias de volar. Será el momento, entonces, de dejarlos ir.
¡Cuán triste reconocer que el tiempo de los padres, es el tiempo en que los padres, no tienen tiempo!.
Les comparto mis redes sociales:
Facebook: @MiradadeMujerLCP
Twitter: @MiradadeMujer7