Háblame de las cosas sencillas, hoy no quiero tener que pensar mucho para entender lo que sin duda es importante, hoy quiero sentir, sin tener que discernir, si lo que llega a mi ser es algo bueno, o algo que me ponga a dudar, porque desde que la confianza no pasó de ser una palabra, por no evidenciarse con los actos consumados, donde la duda se disipa ante la verdad que queda escrita en los corazones de los bienaventurados.

Háblame suave y dulcemente, en un tono mesurado, yo entenderé con ello que lo que deseas para mí es lo conducente, y no me aferraré a la idea de ser fuerte, porque podría con mucho estar equivocado.

Háblame, como sueles hacerlo cuando sabes que mi razón se concibe disociad por la confusa transición en la que se encuentra mi espíritu alarmado, por no saber cómo conducirme como me lo pide el corazón.

Háblame Señor, cuando veas triste al niño bondadoso que fui y encuentres hoy al hombre temeroso que soy, que se esconde de ti avergonzado, por no haber interpretado en forma correcta las lecciones que aprendí de ti.

Háblame, cuando la incertidumbre quiere hacerme cambiar de rumbo, cuando me dirijo a mi desierto en busca de Ti y finjo no haberte encontrado, para seguir sintiéndome desdichado, cuando no hay una razón de estarlo, porque todo… todo cuanto te pedí me fue dado.

Háblame, como hoy me has hablado, de manera amorosa y sencilla, para sentirme consolado y ser así, inmensamente feliz, aunque el sol parezca apagado, aunque la luna y las estrellas no brillen, porque a una palabra tuya, todo sentimiento triste, todo sentir desolado, se verá sanado por el amor que sientes por mí.

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