Hoy se cumple una semana del drama.
La tragedia de los sismos ha dejado un maremágnum de reacciones positivas y negativas, enfrentamientos, apoyos, llantos, consuelos, reclamos, denuncias, agradecimientos y manifestaciones tanto de duelo por las pérdidas como de orgullo por la solidaridad nacional.
Sería ocioso entrar en dimes y diretes sobre si las respuestas oficiales a ese infierno han sido las adecuadas o han faltado a su responsabilidad. En lo personal –ya sé que muchos opinan lo contrario– he visto, leído y escuchado acciones gubernamentales a la altura de
las circunstancias, con el Presidente y secretarios al frente, con gobernadores en los estados afectados, alcaldes y jefes delegacionales de la Ciudad de México, presentes sin excepción en las zonas de desastre.
Pero no es eso lo que debería quitarnos la atención. Lo que debería robarnos el sueño, es una posibilidad –muy real– que a su servidor le eriza la piel.
Estamos por un lado tan “clavados” en la reparación de los daños y por otro en la insana búsqueda de culpables de algo, de lo que sea, que me parece que autoridades y sociedad en general estamos olvidando otro factor.
La posibilidad de otro terremoto.
No es una ocurrencia de escritorio. Pocos, quizás nadie, esperaban que a unos cuantos días de que se registrara el sismo de 8.2 grados nos azotara otro que aunque de menor intensidad, sacudió no sólo a la tierra sino a nuestros corazones, al dejar cientos de víctimas mortales.
¿Quién puede asegurar que no se está gestando otro desastre similar?… ¿Quién puede garantizar que exista un lapso de tranquilidad en los próximos días, meses o años?
Nadie. En verdad, nadie.
Ojalá que esté escribiendo en el vacío y sólo sean temores infundados los que me inquietan, pero no he escuchado una voz o leído algo sobre cuáles medidas están tomando las autoridades en ese campo para hacer frente a otro drama semejante. No quiero ni imaginar que en las condiciones en que quedó la capital mexicana se presente otro siniestro de esa naturaleza. Muchísima gente vive en casas, trabaja en oficinas, acude a escuelas, tal vez ya “tocadas” –en algunos casos con seguridad– por los acomodamientos de la tierra.
Estos siete días transcurridos han sido no sólo de dolor. En ellos han inyectado encono, rabia, acusaciones, desahogos muchas veces intestinales, rencor, revanchas políticas, pero en ellos también ha estado ausente el sentido común que debería llevar a quienes pueden hacerlo, a prepararse y preparar a la sociedad para otra contingencia tan grave o quizás mayor que las ya registradas. Los estudios y pronósticos de científicos no son nada halagüeños.
Espero equivocarme. Espero con el alma puesta en ese deseo que sismólogos, ingenieros, geólogos, físicos, arquitectos y todos quienes pueden aportar algo para hacerle frente a esa posibilidad, estén con esa visión en su mente.
Aunque la tierra tiene la última palabra, sentarse a esperar que no pase nada, sería otra pesadilla…
DESDE VICTORIA, CON AMOR
Lo digo con satisfacción. De la misma manera que me enorgullece ser mexicano y ser tamaulipeco, me sucede lo mismo con Victoria, mi suelo adoptivo.
La manera en que respondieron los residentes de este municipio, cálida y hasta apasionada, para sumar esfuerzos y reunir alimentos, medicamentos y enseres para las víctimas de los terremotos en la Ciudad de México y otras comunidades, es una muestra de que el espíritu de los victorenses, el mismo que la define como una ciudad amable, sigue vigente, sigue vivo.
Desde este espacio entrego un reconocimiento a todos los participantes y uno en especial para el alcalde Oscar Almaraz Smer y sus colaboradores, que lograron estimular el alma de esta capital para ayudar a nuestros hermanos en desgracia…
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