Tiempos difíciles siempre ha habido, y cuando nos abruma el sentimiento pesimista por la presencia de acontecimientos funestos en el mundo o específicamente, en nuestro pequeño mundo, más sentimos la pesadumbre de la impotencia para cambiar las cosas, porque esa misma incertidumbre del entorno, genera el mismo sentimiento en todos los seres humanos.

Es fácil percatarse, que la mayoría de las personas sufre ya un claro deterioro anímico, por lo que consideran la falta de esperanzas para allegarse, en un corto plazo, una mejor calidad de vida; basta salir a las calle a cualquier hora del día y observar los cientos de rostros con expresiones que reflejan agotamiento físico y moral.

Mis pacientes son un claro reflejo de lo que está ocurriendo, hace un par de días, una abuela que funge como madre de familia me preguntó si la jícama tenía suficientes nutrientes como para mantener estable el estado nutricional de sus seis hijos, porque era tal su situación económica, que no le alcanzaba con lo que ganaba para alimentarlos como era debido.

Sin duda, la problemática socioeconómica está llegando a tener ya un impacto global y las consecuencias se exhiben todos los días vía televisión, redes sociales, radio y prensa escrita. ¿Qué vamos a hacer si ésto continúa? Me decían algunos miembros de un grupo de autoayuda.

Si el problema sólo fuera por tener malos gobernantes, políticos o funcionarios corruptos, ¿quién puede garantizarnos que habrá solución, dando oportunidad a otros grupos políticos? Tal vez la solución pueda estar, en buscar nuevas formas de gobernar, donde sí se haga efectiva la participación ciudadana, siendo ésta más directa en todos los procesos de desarrollo social, la cual, enriquecería el funcionamiento de la democracia.

Mientras llega a ese momento venturoso, no nos queda otra que orar, para que llueva y la semilla en el campo germine, para dar hartos frutos y aleje el fantasma de las hambrunas.

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