En principio pareciera fácil identificar a qué le tenemos miedo. A la obscuridad, al fracaso, al abandono, a la soledad, a las víboras, a las arañas, a infinidad de cosas que fueron marcando nuestra infancia, en pequeñas o grandes experiencias negativas, que quedaron en nuestra memoria como algo desagradable o doloroso.
Pero hay temores que superan toda lógica, por ejemplo, hay quienes tienen miedo a ser felices. Viven a la espera de algo trágico, y hacen todo lo que pueden por cuidar los detalles para evitar una desgracia, que por cierto, casi nunca llega a suceder, pero esa incertidumbre les impide disfrutar de lo que tienen alrededor. Sienten que no se merecen la felicidad. Viven encarcelados por sus propios fantasmas y a la defensiva, limitando sus posibilidades de relacionarse con gente alegre. Les desagradan las personas positivas, y hacen hasta lo imposible por obscurecer los momentos de sana convivencia. Prefieren la soledad ante el temor a ser lastimados.
A veces encontramos personas a las que les da miedo hacer el ridículo. Simplemente quedan paralizadas ante la idea de destacar entre su grupo de amigos, de llamar la atención con alguna de sus cualidades sobresalientes, y a pesar de tener esa chispa que les permitiría convertirse en un buen líder o ganarse el cariño, la admiración y el respeto de los demás, retroceden en sí mismos, negándose a explorar sus propios límites. Siendo personas brillantes, reconocidas, evitan dar el paso y ponerse al frente.
También hay quienes viven aterrorizados ante la posibilidad del éxito, de la conquista de sus sueños, de la realización de sus planes, y aunque parezca mentira, justo cuando están a punto de lograrlo surgen dentro de ellos los famosos 5 segundos de indecisión, y todo se viene abajo.
Según los dichos de los psicólogos, es más fácil vencer el miedo a las arañas, que el temor a alcanzar el éxito, de ese tamaño es el problema al que se enfrentan. Se repliegan en un mundo de excusas y explicaciones intentando justificarse, y aunque muchos pueden visualizar los resultados positivos de sus proyectos, ellos son incapaces para reconocerse como personas exitosas.
Sin darse cuenta, están bloqueando sus propias iniciativas, destruyendo sus sueños, y limitando el resultado de sus esfuerzos se inventan un sinfín de pretextos para no afrontar los riesgos que todo trabajo implica. Siempre existe la posibilidad de que algo no salga del todo bien. Las probabilidades de que nos fallen los cálculos es algo que cotidianamente debemos considerar, pero con la mente fría y el corazón caliente.
Lo cierto es que todos vivimos con algún temor, que nos limita en mayor o menor medida. No obstante, buena parte de nuestros miedos son aprendidos, por no decir que todos, porque cuando llegamos, nuestro cerebro no los traía registrados. Los fuimos recibiendo en especial de nuestros progenitores; sus angustias e inseguridades las vimos reflejadas en su rostro o en el tono de su voz, y de una u otra forma quedaron impresas en nosotros con la misma intensidad. Ahora ponen freno a las emociones que nos impulsan a emprender, a explorar, a aprender como resultado de nuestras propias experiencias, basadas en el ensayo de acierto y error.
Muchos de nuestros miedos son producto de procesos irracionales, de experiencias ajenas compartidas a través de expresiones, comportamientos o actitudes de personas muy cercanas que nos infundieron inconscientemente sus propios temores. Las conductas de nuestras figuras de apego en nuestra primera infancia son básicas para transmitirnos seguridad, confianza, o por el contrario, limitar nuestro desarrollo emocional generándonos inseguridad y miedo.
Así pues, al llegar a la edad adulta, podemos darnos cuenta que muchas de esas angustias que nos asaltan nos fueron transmitidas por nuestros padres, que no son ni lógicas ni prácticas, por lo que es necesario desprendernos de ellas, no son nuestras, las aprendimos por imitación, sin que formaran parte de nuestra propia experiencia de vida.
La científica Marie Curie, asegura que “Nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para temer menos”; nos urge poner luz en la sombra. Racionalizar para enfrentar y poner en su dimensión exacta aquello a lo que tenemos miedo. Al final, quizás no sea más que un ratón miedoso, ese enorme elefante al que tanto tememos.
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Nuestros miedos, ¿el rostro del autosabotaje?
En principio pareciera fácil identificar a qué le tenemos miedo. A la obscuridad, al fracaso, al abandono, a la soledad, a las víboras, a las arañas, a infinidad de cosas que fueron marcando nuestra infancia