Hace unos días un prestigiado medio de comunicación sacó a la luz pública una hermosísima calle victorense, plena de árboles que confluyen en las alturas conformando una bóveda fresca, estética y frondosa, que además de ser un paisaje a la vista, constituye uno de los pocos y grandes esfuerzos por conservar al planeta que nuestros abuelos trazaron, nuestros padres descuidaron, y que nosotros hemos destrozado poco a poco, dejando a nuestros hijos como herencia un mundo que requiere de un procedimiento de emergencia para salvar su poco recurso existente.
De la familia Tirado Saldívar ha sido tan magnífica idea, y hemos de comentar, aunque no tenemos el dato cierto, que este trabajo no es de un sexenio o un lustro, sino de muchos, pero muchos años de permanente labor de cuidado de los árboles que, aunado a ello, hacen juego con las fachadas coloridas que adornan la calle Zaragoza, a unas cuadras del Palacio de Gobierno.
Ya recibieron, como era de sperarse, el reclamo de la Comisión Federal de Electricidad, porque los árboles constituyen un latente peligro para el cableado, sin embargo, hemos de pensar como quien debe tomar decisiones, si no es posible instrumentar en esa calle, como inicio de un proyecto ecológico, una forma de llevar el cableado en forma subterránea, domo ya hacen las grandes ciudades del mundo, y que alivian la vista en una gama de paisajes donde los postes y cables han dejado de ser ese grotesco estorbo que echa a perder la mejor fotografía del más grande fotógrafo del mundo.
Solo Photoshop salva de esa vista grotesca las imágenes, pero en este caso, el trabajo que llevan a cabo los vecinos de la zona centro, digno de copiarse y multiplicarse, no únicamente por estética o belleza, sino porque nos ofrece frescura y por consiguiente, ahorro en energía eléctrica, que redunda en la conservación del ambiente, es decir: todos ganamos.
Otro esfuerzo similar lo podemos disfrutar por la calle de Allende, a la altura de Manuel M. González o el quince, donde un par de cuadras también tienen hermosos árboles con un follaje que nos hace muchísima falta; en el Libramiento Fidel Velázquez, casi llegando a la Central Camionera, viniendo del norte, tro tramo nos ofrece esa frescura que únicamente la naturaleza nos regala y disfrutamos, pero, insistimos, es fresca, ahorrativa, sana y estética.
Por ahí, cerca de la central, es ahora el punto de reunión de miles de urracas, pájaros que fueron distintivo en Victoria y que los cohetones y la mala fortuna de trabajadores del Ayuntamiento de lustros pasados se encargaron de echar de sus “hogares” originales: las plazas Hidalgo y Juárez, en pleno centro de Victoria.
El asunto es que la calle “de los Tirado” como se le conoce es un digno ejemplo de tesón, trabajo constante y amor por la naturaleza. Vale mucho la pena pasar por ahí, y nadie puede negar que el paso por esta calle significa aliviar un poco el bochorno cotidiano, y con la sombra de los árboles, algo hay en el ambiente que nos tranquiliza y nos quita un poco lo l ocos para manejar o lo neuróticos para no contestar a los demás.
Nos ayuda mucho, y eso lo sabe la madre naturaleza.
Siempre que hay paisajes de este tipo, nadie podría negar que ayudan mucho a sentirnos mejor, y qué mejor que el esfuerzo de la autoridad para dotarnos de sitios de este tipo, pero el trabajo de los vecinos, porque, insistimos, no es un proyecto político que dure tres o seis años, sino un proyecto de vida para los que vienen detrás de nosotros.
Es digna de aplaudir la forma de actuar de esta familia victorense, y su colaboración a la ecología, porque nos permiten recuperar, aunque sea en un pequeño tramo, la vida que el Creador nos legó como herencia para compartir con nuestros hijos.
Bien vale la pena promover este tipo de acciones, con la idea de que probablemente no veamos los resultados, pero nuestros hijos o nietos nos lo agradecerán y disfrutarán de estos oasis de tranquilo remanso y cotidiano centro de reflexión.
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