“El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido” (Salmo 34:18).

Entonces ella dijo: El tiempo me castiga y ahora la edad me pesa, mi pensamiento se llena de amargura y mi cuerpo cansado no se anima ante la adversidad que se avecina.

Entonces Él contestó: ¿Quién te ha abandonado? ¿Acaso tu padre, tu madre, tus hermanos, tu cónyuge o tus hijos? Yo no te he abandonado, siempre he estado a tu lado, deja de abandonarte a ti mima, que el invierno de tu vida no será más grade que las mil primaveras que has vivido.

El envejecimiento  del cuerpo es un proceso natural, más no necesariamente anuncia la cercanía del finiquito de las funciones orgánicas, más bien, es la etapa de maduración donde las funciones físicas, biológicas y mentales se adaptan, para ajustarse  a las necesidades propias de la edad,  y que nos invita a disfrutar de las enseñanzas que nos han dejado las maravillosas experiencias de otras etapas de nuestro desarrollo, buscando como fin, el poder tener una participación activa  en todas las exigencias propias de la edad; de ser así, y en ausencia de enfermedades debilitantes, se estaría experimentando un envejecimiento exitoso.

Si estás envejeciendo como usualmente se envejece en la actualidad, padeciendo alguna enfermedad cronicodegenerativa, no permitas llegar al grado de fragilidad extrema, hazle saber a tu mente, que aún tienes voluntad para sonreírle a la vida y si podrás admirarte con el resplandor de la luz divina, sanará muchas de tus heridas y empezarás a disfrutar como antes, de la dulce compañía de los muchos que amaste y te han amado.

“Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una montaña no puede esconderse. Tampoco se enciende una lámpara para cubrirla con una vasija. Por el contrario, se pone en el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa” (Mt 5:14-16)

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