No quiero ni siquiera imaginarlo.

Sin embargo, la realidad me empuja a hacerlo y a formular una pregunta tétrica: ¿Qué pasaría en Tamaulipas si un huracán de la categoría de “Irma” impactara en nuestro territorio?

La respuesta más factible suena brutal: Nos haría pedazos.

No hay que tener más de dos dedos de frente para avizorar un escenario apocalíptico. Basta con recapitular sobre los demoledores efectos del reciente ciclón “Harvey” sobre Texas, uno de los estados con mejor infraestructura urbana en el vecino país, con ciudades equipadas con la tecnología más sofisticada y con las arcas repletas para prevenir y reaccionar ante un fenómeno meteorológico como el mencionado.

Y sin embargo, “Harvey” lo demolió. Le fue suficiente un nivel 4.

Ahora si me permite, giraré mi vista hacia mi patria chica. A Tamaulipas.

Nuestros puertos y la mayoría de nuestras ciudades son, disculpe el paralelismo burdo, un jarrón de cristal en el borde de una mesa. Cualquier movimiento más allá de pasar la mano sobre ella, cualquier roce sobre el primero, lo lanzaría al vacío y lo haría añicos. Así de inseguras son nuestras poblaciones costeras.

Tampico, Madero y Altamira, por la vecindad con una vasta reserva de lagunas y dos ríos de alto caudal, se convierten en sucursales del mar hasta por una lluvia intensa. Las inundaciones generan decenas de miles de damnificados, se interrumpe gran parte del suministro de energía eléctrica y abasto de agua potable y la comunicación terrestre se vuelve una odisea.

El centro del Estado, en la zona temporalera, hace de Mante y Xicoténcatl dos focos de peligro mortal, ante los desbordes que deja una simple tormenta. Y en el norte, Matamoros es una inmensa laguna con edificios encima, mientras San Fernando literalmente flota ante el sistema lagunario más grande del país.

En todos esas comunidades, la infraestructura da ganas de llorar. El desahogo de aguas pluviales es una ilusión y la corrupción e indolencia gubernamentales han permitido crear asentamientos humanos en puntos de salidas naturales del agua. Hasta en lechos de ríos se ubican.

¿Qué dejaría un huracán como “Irma” en Tamaulipas?

Aterra pensar en las consecuencias. Y más miedo produce la tranquilidad con la cual parecen enfrentar esas posibles circunstancias las autoridades, que insisten en minimizar a los ciclones que navegan en el océano Atlántico y hablan de riesgos bajos, en lugar de pensar en los peligros máximos.

Por eso valoro la actitud del comercio organizado del Estado, que a falta de acciones oficiales concretas, como es el caso de la inoperante Secretaría de Economía en su renglón de emergencias, se ha lanzado a mover a los afiliados a las cámaras de comercio a reabastecer sus bodegas para enfrentar la probabilidad de responder en forma adecuada a la demanda de comestibles y enseres si fuera necesario. Por lo menos hacen su parte.

Se oye bien en los discursos que estamos listos para una amenaza de ese nivel, pero si una ciudad como Houston vive un drama que ni en sus pesadillas existía y otra como la cosmopolita y moderna Miami casi no respira ante el horror que podría llevar “Irma”, no entiendo como hasta ahora en Tamaulipas no he visto preparativos en forma para por lo menos saber cuánto nos puede doler esa puñalada de la naturaleza y buscar las aspirinas que nos reduzcan el efecto del posible golpe, a sabiendas de que nos dolería. Y mucho.

Tal vez el buen Dios o la fortuna nos sonrían y no pase nada, pero no, no quiero ni imaginar a Tampico, a Madero, a Altamira, a Xicoténcatl, a San Fernando, a Matamoros y a todas las regiones rurales cercanas a esos municipios, después de un choque tan brutal como podría ser el de “Irma”.

Lo juro, no quiero…

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