Un buen día me obsequiaron un enorme rosario de madera, por el tamaño de la artesanía, imaginé que había sido diseñada para adornar la pared de alguna habitación donde se respirara un ambiente espiritual, mas, en la sala y en nuestras recámaras ya existían suficientes motivos religiosos que con anticipación nos habían obsequiado, únicamente quedaba libre la pared que conduce a la primera planta de nuestro hogar, por lo que decidí colocarlo ahí aprovechando la estructura metálica de una lámpara tipo candelabro cuyo foco parecía una flama. Al colgar el rosario, la cruz  quedaba precisamente a la altura de mis ojos y cuando llegaba al descanso de la escalera, desde el primer día, al subir y bajar, me fue imposible dejar de mirarla, sintiendo además la necesidad de tomarla entre mis manos para besarla; posteriormente, cuando subía la escalera y llevaba en mis brazos a mi nieto Sebastián, que entonces tenía 1 año, me detenía  besar la cruz, y el niño al observarme, al poco tiempo empezó a hacer lo mismo, aprovechaba que me detenía en el descanso a realizar lo que se había convertido en un ritual religioso y el procedía a jalar con su manita el cordón para acercar la cruz a sus labios para besarla.  Juntos subimos y bajamos esas escaleras por un par de años, cumpliendo el procedimiento citado, hasta que hubo la necesidad de pintar la pared y por necesidad se retiró el rosario de su nicho, y se guardó, esperando la oportunidad de volver a instalarlo en su sitio, pero esto no ocurrió; al poco tiempo, el foco de candelabro pareció tener una falla, pues se prendía y se apagaba, curiosamente, esto sólo ocurría en la madrugada, cuando por necesidad me levantaba, entonces le pregunté  a mi esposa si ella se había dado cuenta del suceso, pero no lo había experimentado y los dos convenimos que el foco tal vez se estaba fundiendo, por lo que lo cambié por uno nuevo, más, seguía produciéndose el mismo fenómeno, pensé entonces que la falla se encontraba en el alambrado del candelabro, por lo que lo retiramos y pusimos una base porcelanizada, pero continuó presentándose el evento, entonces, abrí mi corazón a la fe y decidí buscar el rosario para colocarlo de nuevo en su lugar, pero no lo localicé; con el tiempo empecé a acostumbrarme y un par de años después, mi hermano Virgilio me obsequió una de sus obras religiosas, que consistía en una pesada loseta donde había pintado el rostro de Cristo; la loseta era muy pesada como para montarla en un marco y colgarla en la pared, en ese tiempo, un albañil trabajaba haciendo unas reparaciones en nuestra casa y mi esposa le platicó que deseábamos  colocar la loseta en algún sitio, sorpresivamente el albañil colocó la figura abajo del sitio donde se encontraba el foco parpadeante, terminando con ello el fenómeno descrito.

Por cierto, Sebastián hoy cuenta con 17 años de edad, es un joven que tiene un corazón muy bondadoso,  Dios lo iluminó en su niñez con el don de la misericordia sin que él lo haya notado, es además sumamente sensible al dolor ajeno, mientras sus padres se empeñan en forjarle un futuro, pareciera saber cuál será su destino, su amor por el prójimo salta a la vista, aunque familiarmente pareciera todo lo contrario, pues tiene un pensamiento muy crítico y hace de cualquier tema un debate, y la religión no queda exenta de ello, incluso, en ocasiones, cuestiona la veracidad de muchos relatos bíblicos, pero en lo particular no me asusta, pues sé que detrás de todos estos retos, se encuentra Jesucristo, quien lo habrá de despertar al conocimiento espiritual desde la óptica de la fe.

Hay que ver y escuchar con el corazón, la mente frecuentemente nos ciega y nos ensordece y con ello, nos evita reconocer las virtudes de los demás. Ni antes, ni después, los tiempos de Dios son perfectos.

Correo electrónico:

enfoque_sbc@hotmail.com