Los grandes “lavaderos cibernéticos” siguen dando de qué hablar. Las redes sociales han dado voz a todo mundo, con o sin merecimientos, en el sentido de que si bien es cierto que todos tenemos derecho a expresarnos, habemos algunos que no tenemos idea de lo que es el sentido común y la dignidad y escribimos a lo tonto.
En ese sentido, vemos diariamente gente que se queja de Andrés Manuel López Obrador o lo alaba; gente que habla bien y mal de la administración estatal, o gente que vilipendia o ensalza al presidente municipal Oscar Almaraz Smer: de todo, como en botica, dirían los viejos, sin embargo, vemos con profunda tristeza que somos muy “habliches”, muy “lengua-suelta” y salimos muy buenos parra descalificar todo aquello en lo que no participamos o lo que no nos gusta.
Leímos con preocupación que las oficinas del Sindicato Ferrocarrilero, otrora sede del Sector Popular del Partido Revolucionario Institucional están siendo vaciadas porque ya no pudieron pagar los priístas la renta, igual que sucedió con aquellas que tenían cerca de su sede oficial, y donde estaba el Movimiento Territorial.
Pero algo llama profundamente la atención. Vamos a explicarlo con manzanitas.
Cuando los tiempos de gloria del tricolor, muchos, pero muchos -sin exagerar- cambiaron sus vehículos modestos por sendas Suburban, y sus viviendas de interés popular por enormes residencias, hoy, muchas, abandonadas por los costos que implican su manutención, y porque hoy sus dueños lo tienen que pagar de su patrimonio, cuando antes lo hacían, o de los recursos del Tricolor o del mismo gobierno en cualquiera de sus niveles, lo que sigue siendo una realidad, pero ahora no se critica con la vehemencia de antaño.
Claro, nadie decía nada cuando un personaje modesto llegaba en vehículo de lujo, con membresía del Casino y del Campestre en la mano, y hasta se le hablaba de “usted”, con todo el respeto del mundo.
Así entraron un grupo de sinvergüenzas a los estratos sociales más elevados, sintiéndose de sangre azul, y denostando a una sociedad que les dio cobijo, presumiendo su insultante e inmoral riqueza multimillonaria.
Hoy, esos critican a un individuo que no ha sabido ser dirigente de un partido que tuvo el poder por más de 70 años: el PRI.
Esta vez, Sergio Guajardo Maldonado es el villano para todos, y se les ha olvidado lo que sucedió antes de que llegara a la dirigencia.
Pero hay que asumir que tienen razón, y se le critica fuertemente en redes sociales, que son como el lavadero: nos ofrecen la oportunidad de hablar mal de la gente, denigrarla, insultarla y más… con resultados en cero, es decir: judicialmente de nada sirve que digamos que saquearon las arcas del partido y lo siguen haciendo si no hay quien ponga el cascabel al gato.
De nada sirve ofenderse con Guajardo y su equipo de colaboradores -¿o cómplices?- si no se actúa.
Las cosas no son así: las redes sociales sirven para exhibir y dar rienda suelta al ego de pensar que somos más importantes que Dios, y que nuestra opinión la lee todo el mundo: falso: solo la leen nuestros contactos, y no todos, que quede muy claro.
Si hubiera un priísta honorable, distinguido, honesto y congruente con los principios de su partido, a nombre de los demás debería interponer una demanda que ponga tras las rejas a los que han robado, no en el PRI, sino en el gobierno municipal, estatal y federal, porque de otra forma, lo que digamos sirve para dos cosas.
Es hora de que alguien congruente y sin la cola que le pisen ponga el ejemplo, y que la autoridad actúe justamente para poner a cada uno en su lugar.
Porque de tora forma, los partidos políticos seguirán siendo la caja chica de infelices oportunistas y vividores, entre otros especímenes de la sociedad.

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