Me disgustaba menos la política mexicana en el corto lapso en el que el presidencialismo le dio un respiro.
En Tamaulipas empezamos a vivir esa etapa a partir de Ernesto Zedillo, cuando a despecho de que aún se consideraba al titular del Ejecutivo federal como “el fiel de la balanza”, Manuel Cavazos Lerma logró sacar a su delfín Tomás Yarrington como candidato a la gubernatura a contrapelo del presidente, que a toda costa impulsaba a Diódoro Guerra.

Fue también en el período zedillista cuando Roberto Madrazo se rebeló a ser depuesto como gobernador en Tabasco como quería el mandatario nacional y se quedó en la Quinta Grijalva: Y la política fue otra.

De ahí en adelante, inclusive hasta la administración de Enrique Peña, los presidentes dejaron de ser semidioses. Quedo al descubierto que podían ser desafiados y dejaron de ser el “Gran Dedo” para también dejar de ser dueños de los destinos públicos de propios y extraños.

¿Fue positivo ese giro?… En mi opinión, absolutamente sí.
Y permítame explicar el porqué de la percepción,

Al asumir los gobernadores o las dirigencias nacionales de los partidos el timón de las sucesiones en sus respectivas ínsulas, quedo claro que el poder absoluto de los presidentes no era igual para ellos. Las sucesiones se “tropicalizaron” y la gran mayoría tuvo que abrir la puerta a negociaciones con sectores, a acuerdos sobre y bajo la mesa, a establecer alianzas con su clan político y a conceder espacios a sus rivales.

En pocas palabras, en alguna medida y aunque no es la palabra adecuada, se tuvo que “democratizar” el proceso para elegir o tratar de elegir sucesor.

Eso redistribuyó en los estados los cotos de poder, bajó ínfulas a grupos tradicionalmente intocables y permitió asomar la cabeza a nuevas generaciones para aspirar el ser incluidos en las castas doradas.

El saldo fue tan positivo que después de Zedillo, ni Vicente Fox, ni Felipe Calderón ni Enrique Peña Nieto recuperaron la facultad de la infalibilidad. Les costó mucho trabajo sacar adelante sus cartas –en algunas no lo lograron– y en ese esfuerzo se debilitaron más al final de sus mandatos.

Fueron 24 años de ¡fuera manos! de los presidentes en la política de los estados.

¿Y a qué viene esta perorata que posiblemente ya haya aburrido a todos?

Bueno, surge a raíz de que en Tamaulipas los aspirantes a candidatos a gobernador del partido hasta ahora dominante, MORENA, están como dice la voz popular, nadando “de muertito”.

Todas y todos están exhibiendo con evidente recato y hasta temor sus aspiraciones, sin atreverse a lanzarse a tomar el capote y lanzarse abiertamente al ruedo, porque en esta ocasión, queda claro que otra vez será la decisión presidencial la única que valdrá.

Habrá quienes aplaudan esa modalidad, pero en lo personal me parece que se vuelve a correr el riesgo –para el Estado, no para el designado– de que el candidato y posible ganador no sea el que la mayoría prefiere y se abre la posibilidad de que resulte ungido el menos competente para el cargo.

En los dos casos, los temores son fundados.

Sobre todo, porque la temida premisa de la llamada 4T, es que la lealtad predomina sobre la eficiencia…

¿AMARGA NAVIDAD?

Cuidado con este fin de año en la economía tamaulipeca.

No lo escribo sobre las rodillas. Convergen factores que hacen perder el sueño en la relación financiera con el poder público. Juzgue usted:

El gobierno federal seguramente conservará su esquema de gastar a cuentagotas; el gobierno del Estado restringirá casi todas sus áreas para poder terminar el sexenio y las alcaldías estarán en la fase de arranque en donde cada centavo es medido con ojos de avaro. ¡Gulp!

No es pesimismo, se llama realismo…

Twitter: @LABERINTOS_HOY