Ya las barcas que zarparon primero se van perdido en el horizonte del mar de los olvidos, y van dejando tras de sí una estela de recuerdos inolvidables, esperando que alguien los recoja, para que se haga constar en la historia todo lo que con pasión hicieron. Algunos seguirán navegando hasta que el viento deje de soplar, entonces, en aquella calma y aquel silencio total, cansados, pero satisfechos, mirarán hacia todos lados como queriendo encontrar entre las olas del mar, entre las nubes de aquel cielo por demás fenomenal, donde se asoma el Dios al que tanto le pidieron les diera la inspiración, para darle sentido y rumbo a su obra, y que lo mismo alentó al admirado pintor, que al romántico poeta, así como al siempre enamorado compositor y cantante, que dejara el corazón en cada nota de su canción. ¿Por qué hacen eso, se preguntan los que tuvieron la honrosa dicha de conocerlos en la ocasión?  Por una sencilla y noble razón, el pintor, el poeta, el compositor, no mueren del todo cuando el cuerpo termina su función, su obra se ve, se lee, se escucha, se toca, trasciende al tiempo sin condición, porque más que desearlo, el artista, detrás de cualquier vanidad que se genera en el ambiente que busca del hombre su perfección, se encuentra el hombre bendecido por Dios, para dar ejemplo de la creación.
Otras barcas empiezan a navegar, navegan con la ilusión de poder alcanzar la gloria, no la que se busca entre los hombres para adornar la historia, sí para adorar al Salvador, para tener la esperanza de obtener una nueva vida después de la gloriosa resurrección.
Mi barca es tan pequeña, que apenas cabe mi cuerpo, mi alma y mi espíritu, pero el viento que a mis velas toca, aunque navegue lento, tengo la confianza de llegar a buen puerto, para estar donde el Señor disponga.
Dedicado a todos los espíritus libres, que recibieran el don de expresar su amor y su pasión por el arte, sin olvidarse de Dios.
Quién dijo que amar es un castigo, el que no ama a su prójimo, como a sí mismo, no podrá darle rumbo y destino a su barca.
 
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